Siento que este hermoso titular no se relacione con la extraordinaria película que Charles Chaplin escribió, dirigió e interpretó en 1931. Ese drama que sentó las bases del cine romántico con todos sus elementos a flor de piel. Qué va, ni mucho menos. Esta columna habla de la realidad sin romanticismo alguno. Las luces de la ciudad de Zaragoza en Navidad son una auténtica birria.

Es un drama cateto que el ayuntamiento de la quinta ciudad de España muestre sin complejos los adornos navideños cutres, feos, desapercibidos y tristes con los que ha pretendido engalanar (demasiado verbo para tan poca cosa) el centro de la ciudad. No crean ustedes que no me duele tener que criticar estas cosas que pasan justo en vísperas de Nochebuena. Pero si no describo lo que he visto, reviento. Les juro que me gustaría decir que estoy deslumbrada, entusiasmada, feliz, plena de espíritu navideño, arropada por las luces de mi ciudad; sin embargo, no sería honesta, no es mi estilo tocar palmas cuando no se merecen.

Una cosa es que continuemos con la crisis, ¡que ya va para diez años! y haya que ahorrar en gastos suntuosos; y otra es que la luminaria navideña de este año sea para echarse a llorar. Pasear de noche por el centro de Zaragoza en estas fechas entrañables produce tristeza y bastante vergüenza ajena. Las luces en las farolas de la calle Alfonso son de pueblo en fiestas patronales: demasiado pequeñas y pretenciosamente modernas. Creo incluso que tienen esas tiras de espumillón verde que se utilizaban para decorar los hogares hace años. Me pregunto quién será el responsable municipal de semejante desastre. Luego, bajas paseando por esta vía principal miras a los lados y ves calles oscuras como boca de lobo. Ni una estrella, ni una bombilla, ni un destello. Nada. Solo oscuridad y tristeza.

La apoteosis es llegar a la plaza del Pilar. Donde si no fuera por el macro belén instalado (cada año más grande) parecería que estamos en una feria más de las muchas que se montan. Las luces son de ferial total. Valen para cualquier evento, menos para Navidad. Ya el colmo es toparse de frente con la monstruosidad de una pista de deslizamientos gigante que tapa la perspectiva de La Seo, y rompe la armonía visual arquitectónica de la plaza. Una desmesura inoportuna e inapropiada para semejante ubicación. No hay esplendor, no hay luz, no hay buen gusto. Ver semejante cosa produce cabreo. ¡Qué horror!

El paseo siguió por la calle Don Jaime con una ¿iluminación? invisible, antigua, pobre y vieja, sacada de los almacenes municipales. La hermosa fachada trasera del Teatro Principal, con su coqueta placita, a oscuras total, exhibiendo una soledad atenuada por unas mesas de terraza alrededor de una estufa de gas. El recorrido por Independencia, el de siempre, pobre y pequeños los adornos navideños. Por no hablar de la oscuridad sobrecogedora de la fachada de la diputación y del edificio de Ibercaja. Ni una miserable bombilla. Los zaragozanos merecemos un poco de luz y alegría en estos días.

*Periodista y escritora