España es una de esas pocas naciones que jamás han apoyado e incorporado una revolución, y que, en cuanto ha podido, ha contribuido a reconvertir las ajenas. No estuvimos en la Reforma del fraile Lutero, que abría la iglesia a nuevos ritos y lecturas y la aislaba del poder monárquico, de la corte, para reconducir su dirección espiritual hacia fuentes que no prohibían el amor carnal, ni recomendaban el celibato o la censura de Roma. Vino luego (después de nuestra concienzuda Contrarreforma) la Revolución Francesa y en su entorno nos volvimos a lucir en la defensa de la corona teocrática, anatemizando a los cuatro ilustrados que en la Corte de Carlos IV eran y aclamando a Fernando VII y a los Cien Mil hijos de San Luis. España se encaminaba a un siglo de espadones, ora liberales, ora conservadores, ora carlistas, con una reina, Isabel II, simplemente inconcebible, merced a la cual las revoluciones liberales volvieron a pasar de costado y la I República duró un suspirar. La II acabaría en una guerra civil, y ya hubo que esperar hasta la Transición para finalmente ver luz a la salida del túnel.

En Europa, mientras, pasaron tantas cosas que su memoria está más llena de ideologías y de recuerdos como el de aquel Mayo del 68 que quedó como una luminaria de intelectuales y jóvenes contra lo mortecino y oscurantista de un sistema que por entonces amenazaba por establecerse (habiendo cumplido hoy íntegramente sus amenazas).

Algunas interpretaciones han intentado ligar el Mayo del 68 con el 15-M de nuestros indignados, y es cierto que hay parecidos, en la base, en el impulso, eslóganes y enfrentamientos, ciertos principios y conclusiones, no así en la cobertura intelectual. La Francia del 68 puso su inteligencia al servicio de la revuelta estudiantil y la corriente heideggariana y sartriana se encauzó con nuevas fuerzas para alumbrar otra constelación de semiólogos, filólogos y filósofos de primer nivel, Barthes, Deleuze, Gluckman... En España, sin embargo, el 15-M registró el acercamiento de numerosos escritores y artistas, pero el cerrado compromiso de muy pocos, y hoy, en el Congreso, con Pablo Iglesias no se sienta ningún escritor, director de cine, de teatro, filósofo o intelectual de prestigio. ¿Por qué? Quizá porque en España el intelectual hace demasiado tiempo que vive demasiado bien, quizá porque la causa no era tal... Pronto se verá.