¿Es un dato positivo que hoy haya en el mundo 100 millones menos de personas hambrientas que hace diez años y 209 millones menos que hace 20? Sin duda, pero no hay motivos para un optimismo desbocado, porque ese descenso no cumple con el objetivo que en 1996 se impusieron los estados: reducir a la mitad, en el plazo de dos décadas, el hambre en el mundo. De esta forma, las personas que hoy están mal alimentadas son unos 800 millones y no los 500 millones que se propuso entonces la FAO. Sin embargo, aunque en términos históricos es un fracaso de la humanidad que en el siglo XXI haya aún hambre en el mundo, hay algunos datos que infunden esperanza. Por ejemplo, que la reducción de la cifra absoluta de hambrientos se haya logrado pese a que la población mundial ha aumentado casi un 30% desde 1996. O que uno de los países más poblados de la Tierra, Brasil, haya salido del mapa del hambre, un logro que hay que atribuir en buena medida a las decididas políticas sociales de Lula da Silva. Por el contrario, en África y en Asia la lacra de la desnutrición es muy severa.