El Museo Pablo Serrano de Zaragoza ofrece una exposición fotográfica sobre Luis Buñuel llena de interés y de matices porque el genio de Calanda fue fotografiado durante el mítico rodaje de una de sus películas más justamente famosas, Viridiana, y en esas imágenes de alguna forma se condensó una parte de su personalidad, la que afloraba cuando dirigía cine.

Al rodaje se colaron algunas personas en principio ajenas, como los hermanos Saura y, sobre todo, Ramón Masats, el autor de las fotografías en blanco y negro que nos presentan a un Buñuel en su madurez, sencillo hasta la austeridad en su aspecto físico, con ropa normal, aspecto corriente y ese célebre maletín en el que trasladaba cuanto necesitaba para rodar, los papeles del guión y a veces, cuentan, una botellita de vino cerrada con un corcho. Masats obtuvo de Buñuel permiso a regañadientes, pero pudo compartir con él dos días de rodaje y se centró en sus gestos, actitudes, movimientos y silencios, en su manera de dirigirse a los actores y de refugiarse en sí mismo cuando necesitaba resolver alguna escena. Le acompañaron grandes actores, encabezados por Paco Rabal y Silvia Pinal. Ésta última dijo de Buñuel que era capaz de convertir a las estrellas en secundarios y a los secundarios en estrellas, y de las fotos de Masats se deduce, en efecto, un clima de naturalidad, de fraternidad, cómplice y coral, donde la trama, la historia, prima sobre los lucimientos personales.

Corría el mes de marzo de 1961. Buñuel acababa de regresar a España tras 24 años de exilio.

El equipo se había trasladado a las afueras de Madrid, en el área de Viña Matilde, donde hoy está La Moraleja. Aquellos campos, entonces deshabitados, sirvieron para rodar la llegada de los mendigos a la casa donde se constituirían en una peculiar comunidad.

Dentro de la casa sólo se utilizó la cocina, escenario para la cena de los mendigos. Ninguno de ellos era actor profesional y unos cuantos procedían de asilos cercanos. Buñuel se limitaba a marcarles algunos gestos que deseaba que hicieran, del mismo modo que tampoco a sus dos estrellas, Rabal y Pinal, los agobiaba con matices psicológicos.

Son imágenes que hablan por sí mismas, y que nos dan una lección de talento y sencillez, de cómo es posible construir una obra de arte con una buena historia y el ojo de un genio.