Un bukake, en el peculiar argot del porno, es una escena en la que varios hombres utilizan sexualmente a una mujer sometiéndola a una situación humillante. Al parecer es una oferta audiovisual de éxito. Su procedimiento y coreografía fueron descritos hasta el mínimo detalle por el líder de La Manada cuando declaró ante el tribunal que juzgaba la presunta violación en grupo ocurrida en Sanfermines. Interrogado, el tipo relató tan pancho su particular bukake como si la realización de tan miserable fantasía fuera lo más natural del mundo. Por supuesto, la grabación en vídeo del acto resultaba necesaria, porque la realidad no es real si no ha sido filmada. Increíble y aterrador, pero cierto.

Por similar regla de tres, deduzco que los futbolistas de La Arandina hicieron lo que hicieron pretendiendo imitar a diversas estrellas del balompié, cuyas orgías, destinadas siempre al sometimiento de las chicas involucradas, han sido noticia. Cómo se les ocurrió utilizar a una menor para semejante hazaña es algo que desafía toda lógica. ¿Ignoraban que estaban cometiendo un delito grave? ¿O quizás pensaban que saldrían de rositas, como les suele ocurrir a sus acaudalados colegas de nivel Champions?

He participado en sucesivas jornadas sobre información y violencia machista, debates sobre cómo hay que contar los asesinatos y violaciones, los acosos y demás canalladas. Y siempre advierto que los periodistas profesionales podemos ceñirnos a protocolos cada vez más estrictos, respetuosos con la víctima e implacables con los agresores; pero hay otra comunicación que nos desborda: la del enorme complejo audiovisual dedicado al entretenimiento, el porno, los videoclips, los reallities, el show bussines en general... Lo peor de todo es que este oscuro mundo virtual es percibido por demasiada gente como cosa normal. Porque la combinación de machismo y burricie cunde en demasía. Un abogado de La Manada dijo que sus defendidos son imbéciles aunque no violadores. Pero ambas condiciones no son excluyentes. Suelen coincidir.