Si a mis treinta años me hubieran afirmado que treinta años después, en pleno siglo XXI, el machismo y la violencia contra las mujeres se iba a incrementar a los extremos actuales, me hubiera echado a reír incrédula.

Los sociólogos, psicólogos, educadores y demás especialistas de la naturaleza humana dicen que algo hemos hecho mal para que un siglo después estemos reviviendo esta lacra que supera las cifras del terrorismo de cualquier índole. Yo, sin embargo, sostengo que los avances de las mujeres en todos los terrenos de la sociedad han producido una quiebra, un resquebrajamiento, una falla geológica en el patriarcado tradicional que, al cabo de los años, provoca terremotos, ciclones y huracanes imprevistos. Es el efecto reacción tardía, algo que se va cociendo en el interior del hombre ancestral como macho dominante; y entonces mata, viola, acosa y somete a la mujer para luego suicidarse o simplemente grabar un asqueroso vídeo con el móvil para seguir la juerga.

Sólo así se entiende que desde muy temprana edad en los institutos los comportamientos de acoso por parte de los chicos y de sometimiento por parte de las chicas aumenten cada año. Como si fuéramos hacia atrás en un túnel del tiempo perverso y oscuro. Como si nuestra lucha de mujeres liberadas no hubiera servido para nada. Pues no. No es cierto. Precisamente todo ese camino recorrido ha despertado a la fiera que algunos hombres llevan dentro. Lo vemos claro en el caso de los cinco descerebrados de la autodenominada Manada. Estos animales incluso han tratado de culpabilizar a la víctima, de 18 años, aduciendo que su actitud ante la violación fue pasiva. Y con estos argumentos de la defensa (¡qué miserables también los abogados que se prestan a este juego!) empieza el espectáculo perverso de dar la vuelta a lo evidente para que la masa entre al trapo.

¿Qué pasaría si la situación hubiera sido a la inversa? Es decir, que cuatro mujeres obligaran a un jovencito a entrar en un portal para forzarlo, violarlo, grabar el abuso, y tirar su móvil para deshacerse de una posible localización. Seguro que las interpretaciones serían diferentes al caso real de Pamplona. De entrada, nadie se preguntaría si el chaval tenía los ojos cerrados o abiertos. Los roles establecidos: él manda y ella obedece continúan cabalgando en el subconsciente colectivo masculino. Solo que si es al revés, entonces tenemos un problema.

Las cifras de la violencia machista en España ascienden a 900 víctimas mortales y más de 53.000 mujeres maltratadas en los últimos 13 años. Lo peor es que siguen creciendo. Porque la antesala de la agresión física es el invisible sometimiento de la mujer al sacralizado amor romántico. Algo que le va muy bien al hombre dominante y futuro maltratador. Lo vemos en películas actuales como Llueven vacas, Elle, o Madre! Todo puede empezar con un imperativo: «No me inte-rrumpas cuando esté hablando». Y ella calla ante un hombre que quiere ser escuchado, seguido y admirado.

*Periodista y escritora