El presidente francés, Emmanuel Macron, cumple su primer año de un mandato de cinco sin que haya cedido un ápice el impulso transformador con el que pretende cambiar Francia. Macron llegó al Elíseo de forma inesperada, sin un partido detrás, después de haber abandonado el Gobierno socialista de François Hollande menos de un año antes de las presidenciales. Sin embargo, con un discurso en el que se declaraba ni de derechas ni de izquierdas -o, mejor, de derechas y de izquierdas a la vez-, rompió el bipartidismo integrado por el partido sucesor del gaullismo y por el Partido Socialista y arrasó en la segunda vuelta al populismo de extrema derecha de Marine Le Pen.

Francia se abocaba así a vivir una experiencia totalmente inédita, ser gobernada por una formación centrista, una posición política que siempre había fracasado, y sin oposición digna de tal nombre en el Parlamento. Un año después, los franceses perciben a Macron como un político más de derechas que de izquierdas -de hecho, el primer ministro y el titular de Economía proceden de la derecha— y le reprochan que haya priorizado la desregulación que favorece a los ricos a las medidas sociales. Pero el presidente sostiene que esta desviación es el resultado del primer año y que será compensada en los dos próximos con iniciativas sociales.

Lo cierto es que el balance de su primer año es más positivo, según los sondeos de opinión, que el de sus antecesores. Los franceses apoyan las reformas -la del mercado de trabajo, la de los ferrocarriles y la del acceso a la universidad-, aunque preferirían más diálogo y menos autoritarismo. Pero, en comparación con otras épocas, las resistencias, tanto en los sindicatos como en la calle, han sido muy menores.

Macron ha protagonizado también un cambio significativo en la política europea y exterior. En la primera, poniéndose al frente de un europeísmo sin complejos, y en la política exterior general, con un retorno al gaullismo, a la Francia con una política propia que hablaba con todas las partes -de ahí su buena relación con Trump y Putin-- frente a la inclinación marcadamente atlantista de Nicolas Sarkozy y Hollande. Las dificultades con que se enfrenta Macron son enormes en un país bloqueado por la incapacidad de afrontar las reformas pendientes, pero el joven presidente no deja de repetir que no parará hasta cambiarlo.