Emmanuel Macron ya tiene la primera manifestación contra la reforma del mercado de trabajo. El meollo de la propuesta del presidente para «transformar Francia», según sus propias palabras, está en la flexibilización de la contratación y del despido, lo que se llama flexiseguridad. Con mayor o menor fortuna -o quizá sería mejor decir con más o menos víctimas— los países de la UE han ido aplicando la reforma de dicho mercado. En Alemania, lo hizo el canciller socialdemócrata Gerhard Schroeder. En el Reino Unido, Tony Blair. En España, el Gobierno conservador del PP la puso en marcha obligada por Bruselas. La necesidad de una reforma en Francia viene de antiguo. A finales de los años 80 del pasado siglo, siendo ministro de Economía, Édouard Balladur ya lo probó con unas tímidas medidas. Pero todos los intentos posteriores tuvieron enfrente la oposición de los potentes sindicatos franceses. Lugar destacado en el programa electoral de Macron era dicha reforma a sabiendas de que suscitaría una fuerte oposición sindical. Ya ha tenido la primera muestra, pero limitada. Solo un sindicato importante firmó la convocatoria y el número de manifestantes ha sido menor del que congregó su antecesor François Hollande con el mismo objetivo. Frente a la división sindical, Macron tiene una doble ventaja, una mayoría absoluta y dos años y medio sin tener que pensar en campañas electorales, lo que no es poco.