La soledad no mata, o sí, pero el hecho es que este verano en Zaragoza han muerto demasiadas personas solas. A algunas ni siquiera se les echaba de menos, no tenían familiares o éstos se desentendían de ellos, por lo que hasta la última noticia de sus vidas tardó en conocerse.

Gente mayor, en su mayoría, pero también relativamente joven, unidos por la soledad, el abandono y la muerte.

Frente a esa tristísima epidemia, la sociedad se ha mirado en el espejo, reflejándose, en lugar de solidaridad y compasión, el feroz egoísmo de los tiempos que corren.

Que son malos para todo aquel que, bien carezca de medios, bien carezca de amigos o de ganas de vivir. El ritmo actual, la tiranía de la inmediatez, el culto al dinero, al ocio y al éxito seguirán arrinconando una y otra vez a este tipo de personas en los cuartos oscuros del olvido.

¿Solución? Una sociedad de bien social. Entendiendo por ella no meramente un artefacto asistencial capaz de atenuar los problemas físicos y psíquicos de sus elementos más débiles, una vez estos se han producido, o degenerado, sino de prevenir decaimientos, depresiones, situaciones límites con programas alternativos, novedosos, susceptibles de ocupar un lugar en los presupuestos públicos y de mantener ocupados a sus usuarios.

Programas, por ejemplo, se me ocurre, relacionados con la actividad cultural y el patrimonio. ¿Cuántas iglesias hay en Aragón que no es posible visitar porque sus puertas están cerradas? ¿Cuántos museos carecen de talleres de formación y ciclos de actividades para tercera edad? ¿Cuántos ayuntamientos cierran los fines de semana, pudiendo abrir sus dependencias para clases o cursos de formación?

Una mezcla de iniciativa privada y aportación pública en forma de sedes y medios podría contribuir a activar a todas estas capas de población que, bien por haber alcanzado la edad de la jubilación, bien por hallarse en situación de abandono o crisis se muestran incapaces de reintegrarse a las corrientes sociales, abocándose a una especie de encierro en sus domicilios, cuando los tienen, y, en suma, a la dictadura o condena de la soledad.

Soluciones imaginativas, en cualquier caso, participativas, para atajar una horrible tendencia, la de esas muertes solitarias que van enturbiando nuestra convivencia y nuestra conciencia.