Como ya es sabido, el Prestige se accidentó el jueves 13 de noviembre del 2002. Mientras el barco se hundía ese fin de semana, el ministro de Fomento entonces, Francisco Álvarez Cascos, estaba de cacería, al igual que el presidente de la Xunta, Manuel Fraga; y los responsables de los ministerios de Medio Ambiente (Jaume Matas), Interior (Ángel Acebes) y Sanidad (Ana Pastor) giraban visita al Parque de Doñana. Eso sí, la patética imagen ofrecida por el Gobierno de Aznar ante la mayor catástrofe medioambiental ocurrida en España la centralizó quien en ese momento era el portavoz gubernamental, Mariano Rajoy, que describió el vertido como «pequeños hilillos solidificados con aspecto de plastilina».

Sin detenernos demasiado en el sanguinario episodio del 11-M del 2004, pero dejando claro que también ahí Aznar y lo suyos perdieron la vergüenza y la dignidad, con un manejo de la mentira que aún hoy causa sonrojo y rabia, podemos pasar directamente a otro ejemplo (que además queda en familia) de mala gestión política de una crisis: Ana Botella se marchó a un spa de lujo en Portugal en pleno drama por las muertes del Madrid Arena. Concretamente, viajó a las pocas horas de la tragedia y volvió a Madrid al día siguiente para dar una rueda de prensa y tomarse un relaxing cup. Después retornó a su lujoso lugar de descanso. Pobre. ¡Cuánto estrés en la alcaldía!.

Esta semana, con el ridículo del sábado del ministro Zoido en el fútbol y del jefe de Tráfico en su casa de Sevilla, hemos asistido a un nuevo caso que no ha hecho sino activar la desesperanza que provoca en la población ya no la comisión de errores, sino la forma de digerirlos. Especialmente dolorosa es la argumentación de Gregorio Serrano, encantado de conocerse por ser capaz de manejar por control remoto la DGT en un momento tan especialmente delicado como tener a miles de personas atrapadas en una ratonera de nieve.

Quién iba a decir que sería el propio Ejecutivo del PP el que cargara de razones al huido Puigdemont, presumiendo de que con un poquito de internet, un plasma y un móvil (en su defecto un walkie talkie y si no un tam-tam) se puede llevar cualquier timón. Son las ventajas de la era digital en la política española, más allá, claro, de la directriz que parece marcar el paso de un interminable listado de gestores públicos que dejan mucho que desear: «Cuanto peor mejor para todos y... cuanto peor para todos mejor». H *Periodista