Empezaré recordando una opinión de Menéndez Pelayo: "entre todos los heresiarcas españoles, ninguno vence a Servet en audacia y originalidad de ideas, en lo ordenado y consecuente del sistema, en el vigor lógico y en la trascendencia ulterior de sus errores..." ningún carácter es tan rico, variado y espléndido como el del unitario aragonés. Teólogo, reformista, predecesor de la moderna exégesis racionalista, filósofo, panteísta, médico, descubridor de la circulación (menor) de la sangre, geógrafo, editor del "Tolomeo", astrólogo perseguido por la Universidad de París, hebraizante y helenista, estudiante, vagabundo, polemista incansable y a la vez, soñador místico; la historia de su vida y opiniones excede a la más complicada novela".

Todo eso lo decía don Marcelino en su incomparable Historia de los Heterodoxos Españoles añadiendo que, el proceso de Servet en Ginebra y el "asesinato jurídico" con que terminó, han sido y son el cargo más tremendo contra la Reforma calvinista" y contra Calvino.

Acaso inspirándose en Platón, Servet dijo que "en este mundo no hay más realidad que la de las ideas y que lo demás son simulacros y sombras que pasan. La verdad es el Logos eterno de Dios, pensado desde la eternidad...".

Servet y Calvino eran realmente, incompatibles; dos tipos humanos que nunca se habrían podido fundir en uno solo. Servet era extrovertido, incapaz de callar incluso si le perjudicaba lo que dijese. También les separaban sus distintos humores. Cuando Calvino le mandó a la prisión su obra principal para que leyéndola Servet reconociera sus errores, Servet la leyó tan cuidadosamente que fue anotando en los márgenes de las hojas, comentarios sagaces y a veces, irónicos, poniendo en canciones el pensamiento de Calvino.

Y en una carta que Servet envía a Calvino le pregunta esto: "¿no sabes que no es función de un ministro de la Iglesia constituirse en acusador criminal ni la de perseguir a un hombre solicitando su muerte?"

Tratando de justificar al verdugo de Servet, los seguidores de aquel, inscribieron en una piedra esta procelosa parrafada: "Hijos respetuosos y agradecidos de Calvino nuestro gran reformador, pero condenando un error que fue de su siglo y firmemente ligados con la libertad de conciencia según los verdaderos principios de la reforma y del evangelio, nosotros levantamos este monumento expiatorio...". Sin embargo, no explicaban por qué habían dejado pasar 339 años desde la muerte de Calvino, para hacer tan sinuosa y pétrea confesión en el mismo lugar en dónde Calvino había ordenado quemar vivo a Miguel Servet y mostrándose caritativo, hacerlo a fuego lento, para darle tiempo a que éste se arrepintiese.

Extraña figura la de Calvino, un profeta feroz incapaz de imitar al Redentor; la psicología de Calvino, tan ajena al amor que iba derramando Cristo "con sólo su figura", era una inquisición andante y por tanto en Ginebra, todas las personas libres tenían que pensar como Calvino mandaba. Nuestra Inquisición no le hubiera tratado peor que cómo él trató a Servet.

Esa inscripción ginebrina, cualquiera que fuese el propósito de los que la pusieron, no sirve en absoluto, para excusar la culpa de Calvino porque naturalmente, ni fue encargo suyo (había muerto siglos antes) ni valió para lavar la siniestra imagen de semejante reformador.

Sería interesante conocer la verdadera intención de los promotores del monumento; desde luego, reconocían el error de muerte tan horrenda pero no la imputaban a Calvino sino al siglo en el que cometió el crimen y ladinamente, absolvían al verdadero culpable, acaso buscando salvar su imagen, que su conciencia, era imposible.

Años antes del final de la tragedia servetiana, el 13 de febrero de 1546, Calvino escribió a Farel, colaborador suyo y que acabaría dirigiendo la ejecución de Servet, diciéndole: que se ofrecía a venir (a Ginebra), si a mí me placía, pero no puedo comprometerme porque, si viene Servet, no toleraré por poca autoridad que yo tenga, que él salga vivo; Calvino era constante en sus rencores porque su intención homicida no la pudo satisfacer hasta 1553, siete años más tarde. Calvino era terco y Servet congruente.

Escribiendo sobre Calvino, confiesa D'Ors que le "faltaba flexibilidad mental suficiente para comprender a los admiradores de Calvino".