El aprovechamiento político de la masacre indiscriminada en plena Rambla barcelonesa de agosto se transformó en el inicio del acto final de una peligrosa manipulación que embadurna todo el panorama político español.

La ineludible defensa democrática del Estado de Derecho ha abocado a la indeseable e injustificable violencia. No hay razones que sostengan la espiral secesionista y por ello no hacía falta dárselas. Pero también ahí se ha producido una grave manipulación que ha llevado a la prensa internacional a creerse lo que no han visto. Puede recogerse toda una colección de artículos que denuncian las fotografías, los vídeos y las declaraciones falsas publicadas en Internet.

Es necesario el orden que ponga fin a tanto desconcierto trufado de enfrentamientos y emboscadas contra instituciones democráticas que no hacen más que defender el Estado de Derecho del ataque al que está siendo sometido desde la ilegalidad y la sinrazón, que no conduce más que hacia un camino sin salida. Miedo y desazón afectan a la población que no participa en tamaños alborotos y enredos, además de resquebrajar paulatinamente, día a día, el sistema democrático. Ese orden no puede ser otro que el constitucional.

En la historia reciente, la inapropiada gestión de la comunicación ha ido en contra de quien ha ejercido esas sucias y oscuras maniobras, intentando la improductiva manipulación de la opinión pública. En algunos casos, cuando se han antepuesto la información y el servicio al ciudadano a los intereses partidistas, el resultado ha sido positivo. Por ejemplo, Bush se convirtió en el presidente norteamericano más apreciado históricamente tras la gestión del 11-S, “la madre” de todos los atentados, lo que le facilitó la victoria electoral para su segundo mandato y, posteriormente, la insolente gestión política e informativa de la crisis económica de 2008 y sus consecuencias le convirtieron en el presidente más odiado en toda la historia de los Estados Unidos. Sin ir más lejos, algo parecido ocurrió en España. La errónea gestión comunicativa de los atentados del 11-M en Madrid por parte de Aznar y su gobierno despejó el camino hacia la victoria electoral de Zapatero en 2004, que sorprendió hasta al propio PSOE. Más adelante, volvió a repetirse la historia: la nefasta gestión comunicativa de Zapatero y Rubalcaba sobre la crisis económica (y también, en este caso, la aciaga gestión de la propia crisis) expulsó al Ejecutivo socialista del gobierno.

La trayectoria secesionista se ha ido aderezando con demagogia política, falsedades históricas, adoctrinamientos calculados, pensamiento único, castración del Parlamento y vulneración palmaria de la ley con el fin de presentar una alternativa en agraz, el referéndum, como la mejor solución para los ciudadanos, blandiendo el inexistente y pérfido derecho a decidir como la sagaz razón incuestionable. Una votación que no ha sido más que la exhibición última de la manipulación descarada, nublada por la utilización de la fuerza policial.

El cumplimiento de la ley es lo único que hace iguales a los ciudadanos: es la esencia de la democracia porque la igualdad es la sustancia intrínseca y fundamental que define la democracia.

Esta deriva independentista, por si fuera poco, confluye ahora con la otra grave manipulación que padece la democracia española. El movimiento político derivado del 15-M, sin respetar normas ni reglas del juego, se aprovecha de fisuras para adentrarse en el sistema y beneficiarse sectariamente. Les da igual manchar banderas republicanas en manifestaciones que defender a sátrapas dictadores. Si sirve para sus fines, son capaces hasta de no pagar a sus trabajadores mientras arengan desde sus púlpitos mediáticos contra el empleo precario.

Ahora utilizan el conflicto catalán, siguiendo el manual básico de manipulación de las masas que sirvió en otras épocas para implantar sistemas totalitarios. Actualmente, cuentan, además, con las redes sociales, que elevan exponencialmente la difusión con una baja verificación del mensaje, lo que lo convierte en el medio idóneo para propagar demagogia y transmitir falsedades.

La sobreactuación nacionalista ha puesto en jaque los principios democráticos que defiende y representa la Constitución vigente. Ante la confluencia de las dos manipulaciones, hay que proteger, respaldar y amparar la Constitución y sus valores. La política catalana ha ido en contra de la ley, ha eludido la separación de poderes, ha arrinconado innumerables derechos civiles y ha pretendido exterminar otro sinfín de derechos individuales de los ciudadanos catalanes. La manipulación nunca nos llevará al diálogo, sólo nos ha instalado en la intransigencia.

*Periodista