Aunque ustedes lo sepan ya cuando lean esto es hoy, 18 de marzo cuando lo escribo, es hoy 18 de marzo de 2018 cuando Manolo López ha muerto pues así era conocido por todos nosotros el anterior rector de la Universidad de Zaragoza, como Manolo López. La alta dignidad del cargo desempeñado por él con gran entrega durante ocho años nunca restó un ápice a su gran humanidad y bonhomía en el trato diario académico, docente e institucional. La representación en su persona de la Universidad de Zaragoza no solo era compatible con su carácter amable y cercano sino que ambas facetas crecían y aumentaban al ir unidas en él. Excelente universitario, por encima y más allá de los relevantes puestos que a lo largo de su carrera académica llegara a ocupar, Manolo López fue, durante ese tiempo, la Universidad de Zaragoza, a tal punto llegó la identificación entre ambos. Su tesón y entrega como aragonés de adopción fue siempre pieza clave en su vida profesional. En su segundo mandato y bajo el vicerrectorado de Concha Lomba me cupo el honor de dirigir durante un tiempo los Cursos Extraordinarios de la Universidad de Zaragoza. Su confianza pero también convicción y firmeza fueron siempre estímulos importantes para mí y sé bien que para todos cuantos trabajamos cerca de él. Nunca faltaban sus palabras de ánimo cuando las dificultades hacían acto de presencia o arreciaban. Su sencillez y espontaneidad irradiadas hacían más fácil lo difícil del día a día de todos, de los más cercanos especialmente pero también llegaba a quienes no lo estaban tanto a través de sus decisiones y manera de trabajar.

Y eso no es lo de menos pues le tocó ser Rector de la Universidad de Zaragoza en tiempos complicados, con graves deficiencias financieras y tengo la sensación de que con cierta indiferencia o escasa comprensión por parte de algunas instituciones políticas. Con enorme conocimiento de la institución dirigida pero también con gran solidez y firmeza luchó siempre por la autonomía y la excelencia universitaria con la certeza de que la una sin la otra no eran posibles. Autonomía política, por supuesto, pero también financiera como herramientas con las que conseguir una universidad excelente contribuyendo a hacer excelentes a cada uno de los colectivos que la conforman: estudiantes, personal de administración y servicios, investigadores y profesores. En sus intervenciones orales y discursos los estudiantes ocuparon siempre un lugar destacado. De algún modo el espíritu luchador, inquieto y risueño de aquellos se mantuvo vivo siempre en él.

Manuel López era una persona de fe, de esa fe que se contagia, que se comprende y aprecia porque la vivía como un ejemplo, como una referencia práctica no reservada a la retórica o el solipsismo. Una fe compartida, una fe que, a mi juicio, contribuyó a aumentar aún más su natural serenidad, equilibrio y alegría de vivir reconociendo lo grande en las cosas pequeñas.

Es habitual que los halagos y reconocimientos acompañen a la pérdida de las personas queridas a modo de homenaje y despedida pero en este caso los agradecimientos empezaron mucho antes pues es de justicia dar a cada uno lo suyo y en el caso de nuestro rector no faltaron muestras de tal respeto y hasta admiración dentro y fuera de nuestra institución. Pregonero de la Semana Santa en 2016, Premio Aragón 2017, son solo algunas de muchas condecoraciones que le fueron hechas y, si no me equivoco, la última, aunque más humilde fue la entrega de la insignia de oro de nuestra Facultad, la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza, el pasado 16 de febrero. Ese día fue el último en que tuve la ocasión de charlar un poquito con él. Por sus conocidos problemas con la vista yo siempre le decía: “Hola Rector, hola jefe, soy Pepa, ¿cómo estas?” Y él siempre estaba bien o siempre decía estarlo. No le conocí sin sonrisa, con ella le recordaré siempre. Estoy convencida de que igual que no nacemos una sino más veces, tampoco morimos de golpe una vez sino en más ocasiones. Cada vez que alguien a quien queremos se va todos nosotros morimos un poco pues algo nuestro se va con él. Sin embargo, dos cosas grandes nos quedan y a ello nos aferramos: los sueños y preocupaciones comunes, lo vivido y compartido pero sobre todo su recuerdo y la responsabilidad de continuar su tarea, la de intentar hacer cada día mejor la universidad a la que tanto quería y debemos. Gracias rector por haberte conocido, gracias por tu ejemplo.

*Universidad de Zaragoza