La pregunta más recurrente que he escuchado desde que estoy fuera es: "¿Cuál es la imagen que tienen de nosotros los extranjeros?", en mi caso los polacos. Para poder contestarla adecuadamente de vez en cuando pregunto a mis alumnos y conocidos qué han leído y oído de España últimamente. Lo hago más bien por saciar la curiosidad porque, personalmente, considero tan estúpido sentirse avergonzado de formar parte de un país o comunidad como sentirse orgulloso de lo mismo. Además de que ninguno elegimos el lugar donde nacemos, la influencia que ejercemos la mayoría de nosotros sobre su imagen, especialmente sobre la que se proyecta fuera de sus fronteras --por mucho que algunos se empecinen en decir lo contrario-- es casi nula. Y más cuando nos referimos al pasado o al presente. Poco tenemos que ver con los éxitos y fracasos de los últimos años, ya sean individuales o colectivos; deportivos, artísticos, sociales o científicos; como tampoco, salvando las distancias, en los procesos de la Santa Inquisición o en el descubrimiento de América. Todo eso, para bien o para mal, nos ha venido dado. En todo caso nuestra influencia individual, por insignificante que sea, llegará en el futuro. Dicho lo cual, utilizando el señuelo que nuestro gobierno creó en un alarde de patriotismo, la actual marca de España es la corrupción. Al final, la basura que tenían escondida unos cuantos bajo el armario de trofeos del que tanto nos vanagloriamos se ha esparcido por el suelo. Y lo malo no es que se haya vuelto contra ellos, ni siquiera que se extienda también al resto, lo peor es que a diferencia de los trofeos, que tienen dueño, la basura nos va a tocar recogerla a todos.

Periodista y profesor