El presidente del Gobierno de España, don Mariano Rajoy, amaneció con un lumbago de no te menees, e incluso se habló de que quizás aplazaba el desplazamiento a Mallorca para la tradicional audiencia con Su Majestad el Rey. Pero nuestro jefe máximo, en un rasgo de pundonor, mandó que le infiltraran, se puso el traje de lana fresca, se subió al avión y se fue a cumplimentar a Felipe VI. Un poco envarado se le veía al caminar por Marivent, aunque cumpliendo. Como un señor.

El problema del gran Mariano es que se exige mucho. Da miedo verle en vacaciones dedicado al running, trekking o como se llame ese deporte que practica. Aznar estuvo a punto de partirse en dos de tanto hacer abdominales (y se ha quedado, el pobre, más seco que la mojama), y él, tan intrépido, se arranca a trotar por las sendas gallegas sin tener en cuenta que al abusar de su cuerpo nos llena a los españoles de mil aprensiones. ¿Qué haríamos si nos faltase un hombre tan providencial? ¿Qué les pasaría al PIB, a la prima de riesgo, a la encuesta de población activa, a Radiotelevisión Española, a la unidad patria, al auténtico sentido común y a la sacrosanta Constitución si el megapresidente se lesiona de verdad y ha de coger la baja?

Alguien debería decírselo al bueno de Rajoy. Los malvados le inventan memes colocando su egregia figura de corredor de fondo en medio de un encierro de Sanfermines o de una final olímpica de los cien metros. Y sin embargo la gente de bien tiembla al contemplarle cuando se pone las bermudas y su camiseta de la suerte (digo, porque parece ser siempre la misma) para echarse quién sabe cuántos kilómetros al cuerpo, como si nada.

El caso es que Rey y presidente tuvieron su charla de rigor. Repasaron la situación en España y Venezuela (últimamente resulta imposible analizar la una sin la otra), comentaron las bondades de linimentos y cremas analgésicas (don Felipe también es un deportista de aupa) y volviose el del lumbago a su Galicia natal, tan abrupta, tan húmeda. Este hombre es un temerario.