Hace doscientos años nacía Karl Marx, un pensador empeñado en cambiar el mundo. Con él, la filosofía da un giro práctico, abre un camino que se aleja de las abstracciones de las que se había venido nutriendo desde que Platón decidió invertir la tradición presocrática y convertir a la filosofía en una especie de teología secularizada. El materialismo llevaba siglos luchando contra el idealismo dominante, pero siempre resultaba derrotado en una batalla en la que pensamiento y poder iban de la mano.

Hizo falta la llegada de Marx para que ese materialismo que había sido convertido en una corriente subterránea, tal como escribe Althusser, aflorara con un caudal que ya se haría incontenible.

Difícil negar la potencia de Marx. Un autor que se convierte en una máquina de asimilación y transformación de buena parte de los saberes de su época. Un estudioso que se empeña en aprender ruso para poder leer los informes económicos de aquel país y que acabará carteándose en ruso con sus seguidores eslavos; un erudito capaz de leer el griego y el latín clásicos, que escribió libros y panfletos en varios idiomas, aparte de su alemán natal. Un periodista que diseccionó el presente en publicaciones de Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos. Un político que contribuyó a la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores y que participó en las revoluciones de 1848.

Marx desentrañó el funcionamiento de la sociedad capitalista y denunció su carácter explotador y alienante. Aunque el rostro del capitalismo ha cambiado muchos con respecto al que Dickens y Marx dibujaron en el XIX, buena parte de los análisis de este último continúa en plena vigencia. La denuncia de la apropiación del saber social, lo que Marx denomina el Intelecto General, en beneficio de los poderosos, la utilización del desarrollo tecnológico para ese mismo beneficio y no para el bienestar de la humanidad en su conjunto, la apropiación de los bienes comunes (el agua, la sanidad, la educación) por parte de una minoría para convertirlos en su negocio, son cuestiones que siguen estando, sin lugar a dudas, a la orden del día. Qué decir de las explotación de los seres humanos, de la miseria instalada en buena parte del planeta y fruto de un capitalismo depredador e injusto.

No cabe duda de que el pensamiento de Marx posee también sus zonas de sombra. Las miles de páginas por él redactadas, como las redactadas por cualquier autor, son susceptibles de diversas interpretaciones. Pero algunas de esas interpretaciones han desembocado en una profunda adulteración del propio pensamiento de Marx. El estalinismo es el ejemplo más evidente. Su práctica política nada tiene que ver con esa idea del comunismo como democracia radical que encontramos en numerosos textos de Marx. Su teoría, grosera, dogmática, religiosa, sacraliza los textos de Marx para pervertirlos al extremo. No en vano, algunos de los autores marxistas más reconocidos, como Lukács o Althusser, denunciaron el estalinismo como una nueva forma de idealismo, lo que se puede constatar en la recuperación de categorías filosóficas de las que Marx había abominado.

En todo caso, Marx es, junto con Nietzsche, un aldabonazo en el pensamiento occidental. Citarlos conjuntamente no es casualidad, pues las posibles sinergias entre ambos permiten multiplicar la eficacia de sus respectivos pensamientos. De su mestizaje surgen algunas de las propuestas teóricas más potentes de la actualidad, hasta el punto de que podría decirse que el siglo XX, y lo que llevamos del XXI, vive, filosóficamente hablando, bajo la alargada sombra de Marx, Nietzsche y Freud.

Cambiar el mundo, decíamos, fue la tarea que Marx diseñó para el pensamiento. Nuestro presente, tan cargado de problemas que ponen en cuestión la supervivencia misma de la vida humana, hace que, como mínimo, esa propuesta de Marx no deba ser echada en saco roto. Releer a Marx en el siglo XXI sigue siendo una labor inexcusable que puede ayudarnos a entender mejor nuestro presente.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.