Créanme si les digo que me aburre soberanamente volver a hablar sobre el tema de la concertada, pero a tenor de las falsedades y exageraciones sobre el tema que he leído estos días desde el entorno de los colegios religiosos concertados, he decidido volver a hacerlo. Sobre todo porque, como es evidente que el negocio de los conciertos educativos tiene poderosos aliados en ciertos medios de comunicación, por vínculos ideológicos y comerciales, me ha parecido preciso volver a insistir en hechos que están siendo sistemáticamente deformados.

En primer lugar, no se van a cerrar aulas, se van a dejar de financiar, que es muy diferente. El sistema de conciertos es una profunda anomalía en el panorama empresarial español. No hay otros sectores en los que el Estado les pague a las empresas, por ejemplo, el sueldo de sus trabajadores. Imaginen que ustedes montan un negocio, supongamos un taller mecánico, y contratan a cinco personas. Deberán, claro, pagar el salario de esas cinco personas. Sin embargo, si el negocio que montan es un colegio, quizá consigan que el Estado les pague a los trabajadores que usted contrata. Y esto es así porque hubo un tiempo en que, como consecuencia de la dictadura, no había escuela pública para atender a la población y el Estado se vio forzado a idear los conciertos educativos. Es decir, nacen en una situación de excepción y generando un privilegio en un sector empresarial inexistente en otros. Pero un privilegio no es un derecho.

En segundo, lo que se puede dejar de financiar, que no cerrar, son 29 aulas. Dado que la concertada tiene más de 2.000 aulas, eso supone menos del 1,5% de sus aulas. En el proceso de crisis se han cerrado muchas más aulas de la pública, en lugar de cerrarlas de la concertada, que hubiera sido lo lógico.

En tercer lugar, ningún atentado a la libertad. Desde Descartes hasta Sartre, libertad es sinónimo de elección. Sartre decía que «estamos condenados a ser libres», porque no podemos no elegir. Toda nuestra vida es un constante proceso de elección. Lo que ocurre es que esas elecciones conllevan unas responsabilidades, que hay que asumir. Eres libre de ir al trabajo andando, en coche o en transporte público, de ir al médico de la seguridad social o al privado. Pero tú elección tiene unas consecuencias. En unos casos pagas, en otros no. En la escuela debiera ser igual. Sería chusco que a alguien que fuera andando al trabajo otro le exigiera dinero para un taxi y si no se lo da dijera que atenta contra su libertad de ir en taxi. A estos niveles de demagogia llegamos.

En cuarto, ninguna imposición ideológica, nada de escuela única. Quien quiera llevar a sus hijos a un colegio del Opus o de las hermanitas de la séptima ecuación podrá seguir haciéndolo. Aunque quizá tengan que pagar, claro.

Porque, en quinto, hay escuelas privadas que sobreviven sin ninguna aportación del Estado, ofertando un modelo educativo diferenciado y de calidad que puede competir, a pesar de sus elevados precios, con la enseñanza pública o concertada. Por ejemplo, el Molière en Zaragoza. No piden pasta a papá Estado y se organizan como les parece conveniente. Pero resulta que la concertada vive del Estado, no quiere someterse a sus normas (emigración, acnés, ratio) y encima monta un Cristo cuando el Estado, en el ejercicio de sus competencias le dice: oye, que necesito menos aulas. Menos mal que la patronal de la concertada no regenta supermercados, que si no ya veo a las cajeras echándonos la bronca porque les hemos comprado menos cajas de leche que la semana pasada.

En fin, que pueden seguir con su delirante lista de agravios. Que pueden seguir defendiendo de manera egoísta sus privilegios, inexistentes en ningún otro sector. Pero que no nos tomen por idiotas. Nadie atenta contra ninguna libertad. Hace unos días, en estas mismas páginas, el presidente de las asociaciones católicas de padres nos exigía, incluso, que les pidiéramos perdón. Lo he pensado mucho, la verdad. Y he decidido hacerle caso. Sinceramente, lo siento, siento mucho tener que pagar con el dinero de mi bolsillo el colegio de sus hijos. Me esforzaré porque no vuelva a ocurrir.

*Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza