Se pone uno en el pellejo de quienes creen a pies juntillas que las cosas y los acontecimientos se ciñen al sentido común que usaba Rajoy cuando era Rajoy... y no queda otro remedio que entender y lamentar los desengaños y desencuentros que la dura realidad provoca en esa buena gente. Por ejemplo cuando en Alemania un «tribunal regional de segunda» le emienda la plana al mismísimo Supremo de todas las Españas. A varias personas enrabietadas por el tema ese de Puigdemont he tenido que consolarlas y explicarles cómo va lo del federalismo en la RFA. ¡Pero si el nuestro es el país más descentralizado, democrático y legal del mundo entero!, me replicaban. Y yo recomendándoles que lo miren en la Wikipedia. A ver si así...

Hay mucho personal alienado o despistado. También en el otro bando, por supuesto. Que oyes a los adeptos a la izquierda fetén (sea rosa, roja o morada) explicarse en base a los argumentarios de sus líderes y lo flipas. Y de los ultranacionalistas de toda condición (empezando por los periféricos), ¿qué vamos a decir?

España se estremece porque, desde la cárcel, el excomisario Villarejo, señor de las cloacas, se les ha arreglado para que salgan a la luz esas declaraciones de Corinna, diciendo unas cosas horribles del Rey emérito. El pavor viene de que, previamente, a buena parte de la ciudadanía se la había convencido de que Su Majestad era un héroe de la democracia y el patriotismo, inmune a toda debilidad humana. Nunca fue así, claro. Y ahora los habituales oficiosos se inventan fantásticas conjuras republicanas. Ya te digo.

Hagámonos a la idea: Ningún estado europeo nos enviará a los secesionistas catalanes fugados, o solo lo hará con muchos reparos. La democracia española ya no tiene buena fama por ahí fuera. Los fabricantes de motores diésel no son de fiar. Casado sí puede ser imputado por falsificación de documento público. Sánchez no es un golpista. Franco fue un criminal. Las élites económicas tienden a ser corruptas y, por ello, a corromper. España es un lugar estupendo... pero no el mejor.