Curioso: la huelga en los autobuses de Zaragoza se ha prolongado durante 111 días sin que en ningún momento, antes de ayer, se celebrase una votación secreta para que la plantilla decidiera si sí... o si no. Hasta entonces, una cuestión tan delicada se solventaba en la asamblea, a mano alzada, en medio de gritos y abucheos. Pero el resultado de la consulta de ayer pone de manifiesto que, en cualquier caso, el comité ha contado y cuenta con un respaldo masivo por parte de la plantilla. En este plan, el conflicto va para largo y queda claro que nadie ha secuestrado la voluntad de los trabajadores. Son estos, mayoritariamente, quienes están determinados a luchar hasta el fin.

Ha sido un portazo en la cara de la empresa. AUZSA incumplió anteriores compromisos, se cerró de entrada a una solución razonable y también ha preferido prolongar la pelea durante más de tres meses antes que ceder a las revindicaciones de su personal. Ahora se enfrenta a la determinación férrea de sus empleados. ¿Cómo salir del callejón sin salida?

Con su obstinación, ambas partes se han retratado de cuerpo entero. Han sido incapaces de mostrar un mínimo de empatía con los cientos de miles de zaragozanos perjudicados por su brutal encontronazo. No han encarnado ni por un segundo los valores cívicos que se les suponen a quienes manejan un servicio público. Nadie podrá negarles ni antes ni ahora el derecho a defender sus respectivos intereses; pero deberían hacerlo con más inteligencia, flexibilidad, consideración hacia los zaragozanos y respeto al ayuntamiento que les contrató.

El ayuntamiento... Su actual equipo de gobierno no se enteró de que heredaba una contrata muy problemática. En consecuencia, consideró la huelga un asunto ajeno, a ventilar entre empresa y trabajadores. El alcalde tardó en reaccionar, creyó que los de la CUT estaban de su parte, limitó los servicios mínimos, no supo situar en su adecuado contexto la posibilidad de ir a una municipalización y no ha presionado de verdad a las partes hasta pasadas semanas. Lo lleva bueno.

Las urnas hablaron. Y dijeron no.