Mis amigos catalanes, escritores, actores, me dicen que Artur Mas es un radical. Un político de derecha dura, representante de la más rancia burguesía. aunque disfrazado de progre nacionalista. Un gestor cuya mano de hierro cierra hospitales, escuelas y sólo asiste a actos culturales en catalán.

De su partido, CiU, cabe en consecuencia esperar iniciativas tan solidarias como las descalificaciones a los pueblos inferiores (andaluces, extremeños, emigrantes en general); la manipulación de la historia para justificar la grotesca existencia de reyes catalano--aragoneses; la usurpación (desde un amplio abanico de la opinión, delictiva) de los Bienes artísticos expoliados a las parroquias aragonesas; la nominación de nación para un territorio que no ha pasado de ser condado; y, ahora, la amenaza independentista... negociable en términos económicos.

Por suerte, sigue habiendo millones de catalanes que no comulgan con las excluyentes consignas del líder convergente y que estiman que el Estado autonómico es suficiente para colmar la pluralidad de expresiones, identidades, acervos y herencias territoriales del pueblo español. El nivel de gestión de que hoy disfruta Cataluña se pactó en la Constitución y en las reformas estatutarias, pero Mas, a diferencia de Tarradellas o Pujol, no tiene bastante. Quiere más, siempre más, mientras Aragón, por ejemplo, recibe menos, siempre menos. Otros muchos ejemplos de Comunidades preteridas servirían con antelación a Cataluña para ilustrar casos de olvido desde el Gobierno Central, pero ahora es la Generalitat la que se rasga las vestiduras por no tener ministerio de Hacienda.

Artur Mas lanza su órdago aprovechando la debilidad social del gobierno del PP y la ausencia de liderazgo por parte de Mariano Rajoy, cuyo estilo dubitante y permeable es poco apto para los tiempos que corren. La jugada no le saldrá, porque no está contemplada en la Constitución, por lo que se irá radicalizando contra España.

En paralelo, Cataluña, que ha sido grande, se irá haciendo más pequeña, ensimismada y, ojalá me equivoque, violenta. Mas y los suyos se creen en posesión de la verdad; por eso están equivocados y por eso, más o menos, Mas, como Ibarretxe, acabará importando menos.

Lo malo es el mensaje: soy distinto, soy mejor.