Nos reúne su figura, su obra, el recuerdo del amigo. He elegido unas frases de su libro Manifiestos, de 1995, el más certero y claro mostrando su opinión sobre el mundo de la política. Surgió, nos dice, en momentos comprometidos de su vida político-poética en los que no quiso responder a ciertas invitaciones «en prosa pelma». No se resignaba al «archivo definitivo de la épica» y de ahí «esta salida impetuosa de poemas impuros, muchos de ellos en forma de proclamas, arengas o manifiestos, que nos va que ni al pelo».

En su despedida como Justicia (los mismos que tardaron años en aceptar su elección se negaban a que continuara otro periodo) clamó: «La mayoría parlamentaria, democrática, y por tanto legítima, ha llegado a un acuerdo: Se impone un cambio de Justicia. Hay que relevar a Emilio Gastón… debo irme. He cumplido cinco años de mandato. Es normal en democracia. Lo que hay que conseguir es que esta institución tan hermosa, tan querida del pueblo, siga siendo del pueblo de Aragón. Que la ilusión no se derrumbe… Paisanos míos… sois la causa y el destino de toda institución, vosotros merecéis este homenaje…» (Se lo organizaban en abril de 1993, más de 100 asociaciones ciudadanas).

Le habla, como Costa, a Aragón: «Consorte de una España federal, creador de derecho, defensor de justicia, partícipe fraterno de un mundo solidario. Libre como tu viento». E increpa a la «Querida España inverosímil. ¿Crees que los conflictos (con las comunidades que invocan más derechos) se aplacan callando a muchas otras con menos competencias?. ¿Es que solo clamando independencia se puede conseguir autonomía?»… «Ciudadanos de la España callada… ¿Hasta cuándo veremos que en este Parlamento nos siguen definiendo como comunidades no históricas?». Y terminaba este Manifiesto ante las Cortes Generales en noviembre de 1992: «… queremos un Aragón libre, de aragoneses libres, que sigue demandando para siempre autonomía plena ya». Pero… «Solo hay un pacto reservado de los partidos nacionales -aunque la gente no lo entienda- para una ejecución preeminente para los intereses del sistema». «Nacionalismo, sí. Pero de ciudadanos del mundo».

Y ante la siempre esgrimida «razón de Estado», protesta: «También las ilusiones y los sueños han sido procesados. Son reos de carencia de realismo y sospechosos de utopías…» Porque los políticos «tienen premiados sus favores con un alargamiento pasajero de estancia en el poder». Por eso, «rechazamos implacables las manipulaciones partidistas, interesadas o sectarias, y promulgamos el principio de la autotutela. El único modo de combatir los males de nuestra sociedad sin acudir a la opresión ni a la violencia es la Democracia».

Ante problemas concretos, señala: «Ha llegado la hora de que los ríos hablen claro: el trasvase no va de pobre a pobre… Hay un beneficiario distinto: el especulador». Y luego: «Es hora ya de llamar a la lucha contra las desvergüenzas. No queremos un suelo inhabitable, deformado y caótico, hacinado en las zonas elegidas y desertizado el resto».

Adivinando su marcha: «Nos vamos yendo de uno en uno, sin prevenir a los tataranietos, ni a la vegetación errante que queda por talar»… «¿Qué nos dirá después la nada? Tal vez la nada no nos diga nada». Por eso añade: «Me voy de vacaciones al Universo, para reflexionar en voz alta».

Y tiene la esperanza de que: «nuestros jóvenes tienen, y tendrán siempre, la palabra». Porque, añade luego: «Preparaos… Pronto vendrá la gran revolución soñada, la única imparable, la de todos los chicos de la tierra pidiendo alternativas inmediatas… la huelga general del medio ambiente… Única alternativa a la hecatombre que pretendemos evitar».

Y termino como el libro: «Gentes de a pie, contribuyentes, rebeldes, marginados, masas independientes invertebradas. Ha llegado la hora de la sociedad, de la naturaleza, de la espontaneidad creativa. Más poesía, más filosofía, más sensibilidad, más amor. Todavía es posible la innovación, el cambio, la caricia, la ruptura, la paz». Él ha dicho.

*Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza