Ahora, con el caso Cifuentes parece que se ha desvelado la delicada consistencia de los másteres otorgados en España. Como todo el mundo debe saber, la palabra españolizada máster proviene del latín magister, y es un grado académico de posgrado que se cursa tras la licenciatura. Se trata pues de una maestría de uno o dos años que sirve para ampliar los estudios universitarios, generalmente para profundizar algo más en la especialización elegida.

También sirve para que los políticos con mando en plaza adornen sus débiles currículos con títulos mentirosos, tramposos o inexistentes, o para acceder a puestos en la Administración. Para conseguirlo, sin pasar por clases, sin presentar trabajos y sin dejar huella, hay que tener buenos contactos y, por supuesto, mucha cara dura. Ejemplo de todo ello es la presidenta de la Comunidad de Madrid, y de otros nombres vinculados al PP que conseguían el ansiado máster en la Universidad Rey Juan Carlos, convertida en una industria de fabricar títulos. Algo por demás extraño ya que estos posgrados son carísimos y no son obligatorios en la mayoría de los casos.

El poder siempre se siente atraído por esta sombra de corrupción que con un par de llamadas todo lo consigue. Incluso manchar el nombre de una universidad pública donde brilla más la excelencia que los fraudes aislados de unos cuantos facinerosos. Da que pensar que si estas cosas ocurren en la pública donde los filtros son más exigentes, ¿qué no ocurrirá en los centros universitarios privados?

Estafadores y mentirosos los ha habido siempre. Basta recordar al avispado Luis Roldán que ya presumía de una licenciatura en Económicas en su época de delegado del Gobierno en Navarra, cuando carecía de estudios superiores, mientras saqueaba los presupuestos de la Guarda Civil. Pero lo peor de estos comportamientos tan españoles (por desgracia) es que aquí no dimite ni Dios. Continúan en sus cargos negando la mayor, con una osadía y altivez imperdonables. Carecen de honor.

Recuerdo con agrado el ejemplo del primer ministro de Islandia que abandonó una entrevista televisada cuando el periodista le acusó de tener su firma en los Papeles de Panamá. Llegó a su despacho y dimitió. O ese otro ejemplo del ministro de Defensa alemán acusado de plagiar su tesis doctoral. No tardó ni un día en dimitir. Al menos estos políticos demostraban algo de dignidad cuando eran pillados en sus faltas. Sabían perfectamente que no eran dignos de representar un cargo público.

En estos temas encubiertos ha hecho mucho daño la Ley de protección de datos y el Plan de Bolonia, con la recomendación de cursar másteres de precios escandalosos con la excusa de unificar titulaciones en Europa. Algo que es mentira y que no sirven para nada.

*Escritora y periodista