Lo mejor de la política empieza después. Si no, que se lo pregunten a Rodrigo Rato, que ha amasado una verdadera millonada gracias a sus contactos y talento financiero. Lástima que se la haya olvidado pagar a Hacienda, ese ministerio que él también representó en la época moralista de un José María Aznar al que tampoco le va nada mal después de la política, tanto que no ha necesitado regresar a su puesto de inspector de Hacienda (quizá para no verse en la tesitura de investigar a Rato y a unos cuantos ministros y compañeros más).

Don Rodrigo, en fin, ha sabido aprovechar el día después, pero fíjense que igualmente don Obama ha emprendido el mismo o parecido camino.

Porque, en lugar de dedicarse a recorrer puntos calientes o conflictivos de su país, a visitar a sus parientes kenianos del Lago Turkana, o a fundar asociaciones desde donde combatir la pobreza, el racismo, el trumpismo, los Obama han ido a pasar unos diítas a las Islas Vírgenes, invitados por el magnate Richard Branson. Sus fotos, jugando en la lancha como niños bajo el sol tropical, proa a Isla Mosquito, propiedad del multimillonario, hace pensar en un retiro muelle y asimismo tapizado de dólares para Barack y Michelle.

Dentro de una o dos semanitas, cuando concluyan su estancia en Las Vírgenes, los ex mandatarios pondrán rumbo a Palm Springs, para seguir descansando en la mansión de otro buen amigo suyo, James Costos, casualmente embajador USA en España durante el mandato Obama. La casa de Costos, coleccionista de arte, diletante y marido del famoso diseñador Michael Smith, es de las que quitan el hipo. Integrada en el desierto, destaca por sus luminosos salones y por un fastuoso dormitorio, en tonos vegetales y arenas, que los Costos han bautizado de manera cómplice como la habitación del presidente.

En Estados Unidos nadie se ha llevado las manos a la cabeza, como hicimos aquí cuando las fotos de Aznar y Briatore en el yate de éste último. Puede que estemos poco evolucionados, que la esencia del capitalismo sólo nos haya tocado superficialmente, sin haber calado aún lo bastante como para desprotegernos de la más elemental discreción o decoro.

Con estos y otros ejemplos, la política se hace menos dura y hasta una carrera recomendable para todos aquéllos que quieran vivir a lo grande después de haber agrandado su nombre.