Es idea conocida de Ortega y Gasset que «el esfuerzo inútil conduce a la melancolía», esto es, que insistir en lo imposible acaba por producir desánimo, dolor y tristeza a quien en ello se empeña. Lo que no nos explicó Ortega, o si lo hizo yo lo desconozco, es cómo saber a partir de qué momento el esfuerzo es inútil pues es ahí donde radica la dificultad y valentía, en la determinación. El esfuerzo, como manifestación y encarnación de la voluntad es, para mí, nuestro principio activo más importante. Aquella parte de nosotros que, haciendo metáfora de la propuesta de los químicos, aporta el efecto primero, es decir, mayor, de nuestro ser y acción. En los últimos tiempos como consecuencia del destacado papel de la publicidad y el márketing, todos hemos oído o leído aquello de que somos lo que leemos, lo que vivimos y hasta lo que comemos... Pudiera ser, sí, sin embargo, para mí lo que mejor define lo que somos es lo que hacemos, o sea aquello a lo dedicamos nuestro esfuerzo siendo la potencia de este, por supuesto, muy variable en cada uno de nosotros. Y lo creo, creo que somos nuestro esfuerzo, más el camino y la determinación que el resultado mismo, porque en él en el proceso cotidiano y permanente de la superación, que en última instancia supone el esfuerzo, se condensan y materializan muchas otras acciones, omisiones y decisiones en buena medida invisibles o apenas reconocibles. En lo que hacemos se vuelcan nuestros deseos, esperanzas, ilusiones… pero también miedos, ansiedades y turbaciones. Sin embargo, y en todo caso, hemos de seguir con mayor o menor acierto adelante, concentrándonos en ese esfuerzo que se convierte en sendero desbrozado, a veces amable a veces inhóspito. Movidos por la poderosa influencia y el vibrante eco de los ilustrados, franceses sobre todo pero no solo, impulsados por el coraje a veces algo miope de la fe en la razón, hemos llegado a asimilar que ese camino en que se forjan nuestras vidas es una línea recta, progresiva o ascendente. Durante mucho tiempo hemos creído en la poética idea del progreso como la suma certera de nuestros esfuerzos y la anexión de nuestros caminos. Sin embargo, a los ilustrados se les olvidó y es tarea pendiente por nuestra parte, no tanto como individuos sino como sociedad, reconocer la importancia del círculo en todo esto. No me parece a mí tan claro ni que los caminos sean líneas rectas ni que puedan agregarse o al menos no tan limpia y exitosamente como se nos dijo o hizo creer. Falta a mi juicio considerar una incógnita de modo que pretendida la suma pasaría a ser ecuación. En el más que optimista planteamiento ilustrado no hay «x» que despejar y a mí me parece que sí la hay. A la vista salta, con solo formar parte de este país nuestro que a menudo se debate entre la ley y las lágrimas, que no es inteligente y ni siquiera posible obviar el hecho de que el ser humano sigue hoy encerrando intereses, motivos y secretos como lo hiciera antes, como lo hizo siempre en realidad, que el ser humano es también y a la vez el más inhumano de los seres, que no es un maniquí de previsión lineal. Tal vez convendría recordar que estamos mucho más cerca de lo que sospechamos de las tragedias que los griegos y el propio Shakespeare nos legaron a la manera de espejo. Nos movemos a veces en línea recta pero otras muchas en círculos de modo que avances y retrocesos, idas y vueltas se alternan. Pese a ello, pese a lo complejo y hasta perturbador de todo, aunque a veces tengamos la sensación de que tanto esfuerzo sea o pueda resultar inútil hemos de seguir procurando no dejarnos vencer por la melancolía, tratando de mejorar, pues en última instancia somos lo que hacemos.

*Filosofía del Derecho. Universidad de Zaragoza