El Ayuntamiento de Tomelloso me invita amablemente a pronunciar una conferencia sobre el escritor García Pavón, y acepto con mucho gusto en respeto al maestro, y al señor alcalde de la ciudad manchega.

Me decía Alfonso Ussía, buen conocedor de la novela policíaca, y asimismo admirador de Plinio, el inmortal detective creado por Francisco García Pavón, que lo más asombroso de esa serie detectivesca radicaba en la decisión del autor de utilizar Tomelloso como escenario real de los sucedidos y crímenes.

Ciertamente, ésa era un reto arriesgado. Cualquier escritor, a la hora de establecer sus coordenadas literarias de espacio y tiempo, procura dotarles de elasticidad y amplios horizontes, a fin de encauzarlas con mayor anchura hacia la ansiada inmortalidad. Pavón, en cambio, cerró espitas, centró y concentró sus personajes en torno a las aventuras de un guardia municipal y, desde la misma base del ruralismo y del costumbrismo español edificó una saga que aún perdura.

Es cierto que durante muchos años Plinio y su creador han permanecido hasta cierto punto orillados. Los popes literarios de la transición menospreciaron las historias de aquel modesto y sagaz policía rural, prefiriendo arrodillarse ante, por ejemplo, Paul Auster, antes que contribuir a resucitar el ingenio y el mérito del autor de Las hermanas coloradas. Muy poco profesional, alimentada por escritores frustrados --la peor y más despreciable especie del ya de por sí pintoresco zoológico de las letras, o de la nutrida república de los lobos, como la llamaba Diderot--, esa misma crítica sigue sin establecer los auténticos parámetros de Pavón.

Menos mal, por suerte, que algunas editoriales rompedoras y jóvenes, como Rey Lear, se han tomado la molestia de vivificar la memoria de quien, sin duda, inauguró en la literatura española otra forma de contar historias y de entender la intriga. Así, acaba de salir al mercado un volumen extraordinario dedicado a las primeras novelas de Plinio: Los carros vacíos, El Carnaval y El charco de sangre.

En esos relatos, ambientados en la España profunda de Franco, o incluso, en tiempos anteriores, cuando la dictadura de Primo de Rivera, Pavon consigna ya los trazos de su estilo: una ambientación cuidada, rica en tipos y en modos de expresión; una intriga derivada de hechos de sangre y, sobre todo, una utilización del lenguaje regida por el puntillismo, la perfección técnica y el respeto al habla local.

Quizá uno de los aspectos menos valorados de Pavón sea precisamente el de constructor de tramas. Y en ese vital aspecto no sólo no se mostró vacilante, sino que fue capaz de urdir argumentos enrevesados, creíbles, y resueltos por desenlaces asimismo originales y verosímiles. De esta manera, con arte y paciencia, logró, desafiando a la censura franquista, iniciarse e iniciarnos en un género que, poco a poco, en sus expresiones españolas, comienza a conquistar nuevos adeptos.

Pavón se merecía estos homenajes populares y editoriales, pero el que mayor ilusión le habría hecho no hubiera sido otro que su sostenida lectura. Ése es el reconocimiento, el homenaje, que ahora les corresponde a ustedes organizar.

Escritor y periodista