Pocas cosas debe de haber más duras que verse obligado a mendigar. A pedir en las puertas de supermercados, de restaurantes, de bancos o en las bocas de metro. A bajar la cabeza, a levantar la mano y a suplicar a alguien para que te dé un euro para poder comprar un litro de leche o una barra de pan. Pocas cosas debe de haber más duras que tener que dormir entre cartones en el portal de un edificio, solo y con la única compañía --con suerte-- de otro en tu misma situación. Y, así, día tras día, haga frío, llueva, diluvie o nieve. Los hay que se resisten a vivir de otra manera, sí. Los hay que tienen mafias detrás, sí. Pero la mayoría está ahí porque no tiene medios para vivir de otra forma. Y, pese a ello, algunos se empeñan en sacarles casi a patadas en vez de ir a la raíz del problema. Aquí llega la propuesta del PP de Tarragona. Su portavoz en el ayuntamiento ha pedido esta semana un censo de mendigos para expulsarles de la ciudad porque "la mendicidad no es una actividad permitida en Tarragona", y porque, además, "la mayoría forma parte de mafias organizadas". El gobierno municipal --del PSOE-- ha negado la existencia de dichas mafias en la ciudad, pero la negación clave llega de Cáritas. Ellos, los voluntarios que asisten diariamente a esos mendigos, insisten en que muchos son personas sin techo heridas de muerte por la crisis. Pero los populares siguen adelante con su propuesta. Pero volvamos a las mafias. Existen, claro que sí, y es visible en ciudades como Madrid o Barcelona. Son una minoría, pero hay que ir a por ellos porque están cometiendo un delito. El sin techo que está ahí por necesidad no necesita que le persigan. Necesita que las instituciones le ayuden a salir de ese hoyo para volver a entrar en la sociedad. Según un estudio encabezado por el profesor de la Universidad Pontificia, Pedro Cabrera, y presentado hace unos meses por Ana Botella, una de cada cuatro personas que duerme en la calle en Madrid tiene estudios universitarios o superiores. Es decir, que están en la calle porque las circunstancias les han abocado a ello. Desde luego, los pinchos anti-mendigos que ha instalado una comunidad de vecinos londinense en su portal tampoco es la solución. Ni convertir bancos públicos de cuatro plazas en individuales para evitar que se tumben, como ocurre en varios rincones de España. Ni echar cemento a las jardineras. Ni rodearlas de alambre. Es un problema dificil de abordar, pero entre dejarles sin atención y colocarles pinchos hay un punto intermedio. Periodista