Lo que no ha logrado la educación lo ha conseguido el alcohol: un pacto de Estado para luchar contra el elevado consumo entre menores en España. El botellón se nos ha ido de las manos. Siete de cada diez adolescentes consumen, y la mitad confiesa darse auténticos atracones: siete pelotazos en tres horas, 1.400.000 borracheras, más de 6.000 comas etílicos al año. Los políticos se lo han tomado en serio y quieren implicar a los padres rascándoles el bolsillo porque es la medida más fácil. Los mediterráneos solemos beber acompañados, por eso los chicos se agrupan en decenas, en cientos, en miles para consumir en plena calle. A diferencia de los nórdicos no se esconden, pero han adoptado su patrón: se emborrachan antes de empezar a socializar. Hace veinte años, Islandia ofrecía parecido porcentaje de alcoholismo entre menores que tiene hoy España. Lo han reducido del 48 al 5% con medidas tan drásticas como el toque de queda nocturno: ningún menor puede ir por la calle pasadas las diez. El resto de los países escandinavos, donde el alcohol es la principal causa de muerte (la tasa de suicidios es espeluznante), no acaban de lograrlo. El ferry Helsinki-Estocolmo, una travesía fantástica de doce horas, es la borrachería oficial del Norte de Europa, gracias al inmenso supermercado de alcohol, libre de impuestos, para tomar y llevar: la mayoría viaja con carros de compra, porque el alcohol se vende en tiendas del Estado con impuestos imposibles. Pero hay otra realidad, yo he comprado Linie Aquavit en el sótano de una farmacia noruega, a mitad de precio.

*Periodista