Es cierto que el conflicto en Cataluña ha contribuido en enrarecerlo todo. A juego con los discursos de los políticos y las feroces opiniones de muchos tertulianos y analistas, el personal se aferra a posiciones muy radicales y a líneas de confrontación dura, mientras se niega a escuchar otras razones e incluso arremete con furia contra quienes intentan establecer enfoques distintos y generar nuevos marcos de referencia. Te llaman equidistante (aunque no lo seas) y te arrean simultáneamente los españolistas, los rupturistas, los centrípetos, los centrífugos, los de diestra y los de siniestra. Aquí, un servidor se lo toma con calma y buen ánimo, porque me va el barullo, pero conozco a muchas personas que están agobiadas, que tienen miedo y que reaccionan incrementando su agresividad ante cualquier idea o propuesta que no les encaje al cien por cien. Pasa en toda España, y en Aragón, también. El secesionismo catalán y la respuesta unionista han sacado a mucha gente de sus casillas.

Lo que ocurre por otro lado es que, al hilo de los acontecimientos, de la crisis del 2008, de la imposición de un nuevo modelo social y económico y de la obsolescencia de la Constitución del 78... al ritmo, digo, de ese tremebundo hip-hop, la llamada Segunda Transición ha provocado nuevos e insólitos planos de ruptura. Las izquierdas, que podían haber afrontado con espíritu unitario la coyuntura (sobre todo la devaluación progresiva del Estado del Bienestar) han acabado tan encabronadas como siempre. La deriva de Podemos (y sus confluencias, incluida IU) hacia un populismo de matriz leninista mal comunicado, contradictorio y vacío de ofertas creíbles se combina con el derrumbamiento ideológico de un PSOE cada vez más empeñado en ser establishment a costa de lo que sea. En paralelo, la derecha, que siempre ha hecho de la unidad su mejor arma, sufre ahora mismo una división inédita conforme Ciudadanos le va comiendo terreno al PP. Así que proliferan las puñaladas traperas, las zancadillas y las patadas por debajo de la mesa (o por encima). Las tácticas mafiosas utilizadas por las facciones del PP madrileño son el paradigma extremo de una atmósfera malsana. Ni se guardan las formas ni se respeta el protocolo.

En la Tierra Noble todo parece más provinciano y tranquilo. Pero no, o no tanto.El PSOE le guiña el ojo a Cs, el PP se mosquea, ZeC (donde los comunes propiamente dichos, los de Podemos y los de IU, además de otros partidos y colectivos no dismulan ya su enfrentamiento) le da calabazas al Gobierno de Aragón, y en este los socialistas ni siquiera disimulan su deseo de quitarse de encima a lo que pulula a su izquierda (ya veremos qué pasa con CHA). No hay buen rollo, ni nada parecido. Todo está sujeto a una discusión tan bronca como inútil: la gestión del Ebro, la despoblación de Teruel, la política fiscal... En semejante contexto, las izquierdas son las que más tienen que perder, están más dispersas, más peleadas entre sí y no son capaces de disimular un poco y remar juntas aunque solo sea por espíritu de supervivencia. Los futuros e inevitables pactos se han de poner muy difíciles. Mala cosa para un Aragón sin proyectos definidos.