Estamos en la era de la virtualidad de los mensajes, de la expresión de los afectos a través de emoticonos, sentimientos que somos incapaces de expresar con palabras y, mucho menos, que perduren en el tiempo, se borran a la primera de cambio, y más ahora que el mercado ofrece nuevas «apps» que los eliminan una vez leídos. La sofisticación en la era informática nos lleva a una aceleración difícil de alcanzar. El lenguaje de los signos cobra protagonismo en nuestras expresiones. Es más fácil poner una carita sonriente, una expresión de enfado o un corazón que decir: te echo de menos, no estoy de acuerdo o te quiero. Quizá nos hemos vuelto vagos o tímidos adoptando posturas menos comprometidas. Cuando la inercia te sumerge en este lenguaje, a veces, inesperadamente, se produce un toque de atención que despierta lo que antes escribíamos en papel, en postales dirigidas a personas de nuestro entorno, y se produce porque los mensajes son reales como los que han sido escritos por José Luis Casaus a su esposa Elena fallecida hace 23 años, mensajes en formato de esquela que año tras año han salido, puntualmente, cada 21 de marzo en El País. Pequeñas cartas que dicen, en clave de humor, mucho y explícitamente el acontecer de la vida a través de sus hijos Boris y Yuri. Mensajes en las cartas que Miguel Hernández escribió, desde la cárcel, a su esposa. Mensajes dibujados en tapias como «la ansotana de la curva» que acompaña con versos de Octavio Paz, o los del anónimo Banksy que pueblan el mundo removiendo conciencias. Mensajes en botellas lanzadas para que alguien los lea aunque no tengan respuesta. Guardemos nuestros libros, esos que no se borran, porque volver a leerlos es seguir sintiendo lo que transmitieron.

*Pintora y profesora