En abril de 1992, una joven zaragozana, Eva María Aznárez, de 22 años, era asesinada en el portal de su casa, en la avenida Gómez Laguna. Nunca se encontró al asesino. La Policía siempre ha estado convencida de que era un miembro de la fuerza aérea americana que en esos años estaba destinada en la base española de la capital aragonesa.

Tenía motivos para sospechar de que era un joven militar estadounidense, ya que junto al cadáver de Eva María se encontró una medalla que correspondía al personal militar de ese país. Se realizaron muchas pruebas y al final se llegó a la conclusión de que el autor del asesinato era un soldado americano, de raza negra, del cual se llegó a elaborar hasta un retrato robot.

La Policía dirigió sus pesquisas hacia la base y allí se frustró la investigación. El soldado que respondía al perfil elaborado por los investigadores había sido trasladado curiosamente a Alemania unos días antes de solicitarse una rueda de reconocimiento. Y del país germano, a EEUU. Al año del crimen, los militares americanos tuvieron el detalle de ceder a los requerimientos judiciales para que se enviara a Zaragoza al sospechoso, pero mandaron a un soldado que no respondía a ninguna de las características elaboradas por la Policía. Con esta tomadura de pelo y después de unas inútiles comprobaciones, se le dejó marchar. Evidentemente, nada tenía que ver el soldado que llegó a Zaragoza con el militar que buscaba la Policía.

Algunos agentes que trabajaron en esa investigación, pese a los años transcurridos, aún recuerdan con amargura la falta de colaboración, el entorpecimiento y las argucias de las autoridades americanas para echar tierra al caso. "Todo fueron obstáculos. No se nos facilitó ni la mas mínima ayuda. El juez Javier Seoane tuvo que emplearse a fondo y autorizar la entrada de policías de Homicidios en la base para realizar sus pesquisas. Hasta el entonces coronel Estellés intervino para exigirle al jefe del destacamento americano que colaborara en las investigaciones. De poco sirvió. Incluso desde Asuntos Exteriores tampoco se tomaron las cosas muy en serio y cumplieron los trámites, pero sin mucho entusiasmo, la verdad ".

Se preguntarán ustedes a qué viene ahora sacar este recuerdo. Muy sencillo. Con este simple antecedente que ha quedado en la memoria de muchos zaragozanos y que fue oportunamente denunciado por los medios de comunicación, a nadie debe sorprender la mezquina actitud que EEUU está manteniendo para justificar la muerte del periodista español en Bagdad, José Couso, ni el seguidismo que la responsable de Exteriores española, Ana Palacio, está demostrando también en este lamentable asunto.

Para el Secretario de Estado americano Colin Powell, los disparos que causaron la muerte de Couso fueron respuesta a un fuego hostil que provenía del Hotel Palestina. En una zona de guerra y en el transcurso de una descomunal batalla, según Powell, el uso de la fuerza defensiva, a pesar de que los edificios civiles no son objetivo militar, está justificado.

La justificación por EEUU de la muerte de Couso no tiene desperdicio. Nada que oponer si fuera verdad lo de fuego hostil, pero es una cínica invención para justificar lo injustificable. Y es que mentir a los poderosos les sale casi siempre gratis, porque tienen por el mango la sartén de la interpretación de los hechos.

Por eso, hacer justicia con los indefensos y con los inocentes en determinados momentos parece una misión imposible. No es que objetivamente lo sea, sino que los intereses la hacen inviable, incluso entre países supuestamente aliados. La alianza, que debería tener como objetivo prioritario garantizar la justicia, se utiliza para camuflar injusticias y otorgar patentes de corso.

Al menos, para muchos ciudadanos, los poderosos vencedores pasan a ser los grandes derrotados de la ética con su pretensión de manipular los hechos y los valores a su antojo. ¿Acaso le está prohibido a cualquier vencedor reconocer públicamente un error, si se ha producido, y pedir perdón por él? Este fatuo endiosamiento en inaceptable para la generalidad de los hombres bien nacidos y que tratan de comportarse como tales.

Con José Couso, al justificar su muerte con falsedades, se ha cometido una gravísima iniquidad de la que ha sido cómplice el Gobierno español. No hay que esperar ni que reconozcan el error ni que pidan perdón. ¡Menudos son! Además, si lo hicieran, por justicia tendrían que extenderlo a todas las víctimas inocentes de una guerra insensata que, como se está demostrando, se montó sobre la farsa y la mentira.

Couso y los civiles iraquíes, hombres, mujeres y niños, que han sido masacrados por las bombas , se merecerían al menos una disculpa pública por parte del todopoderoso vencedor. Por desgracia, no será así, y sus nombres, al no figurar en la sarcástica lista de "combatientes por la libertad", pasarán a engrosar la fosa común de los desaparecidos y de los ignorados.

La esperanza es que el tiempo haga justicia con los que han sufrido la injusticia por una malvada e inmoral interpretación de los hechos.

maliso@aragon.elperiodico.com