Tras meses de campaña real, se inicia ahora la oficial para las elecciones presidenciales francesas. A dos semanas de la primera vuelta, el partido no se ha decidido porque, pese a los sondeos, aún no se ha jugado. Parece indiscutible que Marine Le Pen pasará a la segunda vuelta del 7 de mayo, aunque en las encuestas la líder del Frente Nacional (FN) y el otro candidato favorito, el centrista Emmanuel Macron, han perdido fuelle en las últimas jornadas. En el caso de Le Pen, es probable que haya aún un voto oculto al FN, mientras que en lo que se refiere a Macron puede deberse a que el punto fuerte del candidato, presentarse por encima de la división derecha-izquierda, es también su gran debilidad, ya que su electorado es muy volátil, inestable y poco fiel. Por eso no puede darse por eliminado al aspirante de Los Republicanos, François Fillon, que ha demostrado su tenacidad, a pesar de los escándalos que han fragilizado su candidatura, y que al final ha contado con el apoyo de los otros líderes de la derecha, Alain Juppé y Nicolas Sarkozy, una vez fracasada la rebelión para relevarle. Los últimos días registran asimismo un ascenso meteórico del candidato más izquierdista, Jean-Luc Mélenchon, y la irrelevancia del representante socialista, Benoît Hamon. Una elección, pues, todavía abierta y con la principal incógnita de quién será el mejor candidato para frenar a Le Pen.

Cuanto está ocurriendo en Siria no es el único horror que tenemos los europeos, y en particular quienes vivimos a orillas del Mediterráneo, a la vuelta de la esquina. Otra monstruosidad está desarrollándose en nuestras puertas, en Libia, un país que nunca ha sido realmente tal y que ahora, desde la caída en el 2011 de Muamar Gadafi, es un agujero negro en el que se producen las peores abyecciones sin que la llamada comunidad internacional intente remediarlo. La información sobre la venta de personas en lo que es un mercado de esclavos en pleno siglo XXI es la última noticia llegada de los desmanes que se producen en un territorio en el que el Estado apenas existe y las numerosas facciones tribales se han convertido en milicias mafiosas dedicadas a negocios nefarios.Pero esta atrocidad no es la única.Hace apenas dos semanas saltaba otra noticia, las presuntas ejecuciones sumarias llevadas a cabo por el Ejército nacional de milicianos capturados en Bengasi. David Cameron y Nicolas Sarkozy intervinieron en Libia para derrocar a Gadafi y, al igual que EEUU había hecho en Irak, lo hicieron sin el más mínimo plan para el día siguiente. Lo que vino es este caos del que nadie parece preocuparse. La única voz que se oye en los foros internacionales es la de Italia, el país que sufre más directamente las consecuencias de este desastre, pero su queja apenas es escuchada.