La reciente cumbre que han mantenido en Berlín la cancillera alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, debería significar un punto de inflexión en la actitud de Europa ante el drama de los refugiados que por decenas de millares llaman a sus puertas. No es que de la reunión hayan salido grandes compromisos, ni tan solo declaraciones contundentes, pero es tal la inacción de la Unión Europa ante un problema de dimensiones colosales, que toda iniciativa supone un paso adelante.

Merkel y Hollande han instado a Italia y Grecia, los países que están en primera línea de la llegada de refugiados, a poner en marcha los centros de registro, una medida ya aprobada por los Veintiocho pero aún no aplicada. Pero de nada servirán estos centros si se conciben como instalaciones en las que contener indefinidamente a quienes huyen de Siria, Afganistán, Eritrea y otros países en guerra y aspiran legítimamente a tener, con algo de ayuda y mucho esfuerzo personal, un futuro mejor en Europa. Si esa es la función que se quiere que tengan estos centros, están condenados al fracaso porque no serán más que guetos que eternizarán el problema y crearán tensiones y riesgos de xenofobia en Grecia e Italia. Solo tendrán sentido y serán eficaces si actúan como centros de redistribución de los refugiados por los distintos países, con criterios objetivos y respetando tanto como se pueda las preferencias de destino de los interesados.

La política común europea sobre asilo que también proponen Alemania y Francia debería adquirir corporeidad cuanto antes, aunque mientras tanto bastaría con aplicar la Convención de Ginebra. Berlín y París tienen una especial responsabilidad en impulsar esa política común, tanto por razones históricas como por su condición de capitales europeas de referencia.

Y es justo reconocer que Alemania, tan a menudo acusada de egoísmo por su inflexibilidad en el ajuste fiscal en la UE, está siendo el país más solidario en esta crisis. Probablemente está siendo también el más inteligente, porque entre la pléyade de ciudadanos que llegan a Europa hay muchos profesionales cualificados que pueden aportar valor a la economía. En todo caso, los europeos debemos actuar ya ante una emergencia que revela el debilitamiento hasta extremos inconcebibles de nuestra pretendida autoridad moral.