Pablo Casado está harto, el pobre. «Que me dejen en paz, que no voy de catedrático de Metafísica», ha dicho. No sé qué tendrá en contra de la metafísica ni de los catedráticos, pero esto me huele a giro de estrategia hacia la postura «yo soy un hombre normal, del pueblo, que se ha hecho a sí mismo y que no ha necesitado títulos cursis para llegar a la cima». Y de ahí al «ser demasiado listo es un peligro», ya sabemos que va un paso. Acuérdense del «muera la inteligencia» de Millán Astray, aunque lo que dicen que dijo fue «muera la intelectualidad traidora, viva la muerte». A saber. Lo que quiero decir es que mientras tener en el currículo un máster o un doctorado se consideraba prestigioso, algunos políticos se los apuntaron con razón o sin razón. Y estaba bien que la inteligencia se considerara una virtud. Esa debería ser la norma, valorar el esfuerzo formativo de las personas que se dedican al servicio público. Ahora bien, como resulte que la situación dé la vuelta, y ya no queramos ir de catedráticos de Metafísica (con lo que me gustaría a mí poder presumir de ser catedrática de algo, y de metafísica ya sería la leche) vamos a acabar escuchando otro «muera la inteligencia». En distinto foro, con distintas palabras, pero el concepto va a ser el mismo. «No tengo estudios, ¿y qué? Todo eso son formalidades. Yo aquí he venido a gobernar». Y con eso nos evitamos explicaciones de un plumazo. Aunque como dice el chiste que circula por ahí, espérate que empecemos a comprobar eso de «Nivel de inglés: Alto»… Nos vamos a hartar de reír.

*Periodista