Con las aguas del Ebro todavía desbordadas, la ministra de Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, pasó ayer por Zaragoza pero sin acercarse al barro. Su visita se circunscribió a la sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro y a intercambiar opiniones con los técnicos, ni un contacto ni medio con las zonas inundadas o con sus habitantes afectados. ¿Ese considera que es el comportamiento que esperan los ciudadanos de la autoridad responsable ante situaciones de emergencia como la vivida en Aragón? Quizá quiso evitar que la indignación que arrastran los ribereños se pudiera escenificar en situaciones de tensión y nula rentabilidad política. Optó por las declaraciones a través de los medios. Y ahí, en lugar de incidir en la empatía con los afectados y decribir aunque fuera de forma somera las ayudas que se preparan para paliar los daños económicos ocasionados, dedicó el grueso de su intervención a defender los embalses como piezas de regulación --algo obvio-- criticando la inacción de gobiernos anteriores en su desarrollo, sin dejar de hacer alguna velada alusión a los trasvases. Era otro el mensaje esperado.