Hemos pasado de puntillas sobre ese pufo que el actual ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, le coló al Ayuntamiento de Vitoria cuando era su alcalde. A la postre, alquilar un local por cuenta del municipio pagando de renta mucho más de lo que había costado tal inmueble podría ser un simple pecadillo, un despiste o una concesión a los usos habituales. Sin embargo, ahora empieza a resultar insufrible el tejemaneje espectacular (en el sentido literal del término, que tanto se usa en vano) que se lleva entre manos el ministro de Hacienda, el terrible Cristóbal Montoro, a costa de la Inspección y la Oficina Antifraude dependientes de su departamento. Esto pasa de castaño a oscuro, incluso en ese Madrid donde presidentes, áticos, policías, chanchullos, lideresas, grabaciones, filtraciones y pitorreos se suceden sin solución de continuidad y sin mayores consecuencias. Incluso en una capital y un Reino donde el llamado Banco de Madrid fue entregado alegremente a la Banca Privada de Andorra junto con los fondos de inversión de otras dos entidades intervenidas, y ahora, cuando el montaje se ha ido a cascarla por orden de los Estados Unidos de América (que si no dan el toque los yanquis, de qué), resulta que nadie se acuerda cómo y por qué fue aprobada aquella operación. Ya les gustaría saberlo a los ahorradores corrientes y molientes que se han visto pillados de repente en este corralito a la española.

El jueves, los colegas Lola Ester, en este diario, y Manuel Jabois, en El País, escribían sobre los amigos, colaboradores, hermanos y demás familia que rodean desde hace años a Montoro, sea en sus actividades privadas, sea en las públicas. Sin que a veces se sepa dónde empiezan unas y dónde acaban otras. Esta red se ha hecho cargo de los organismos más sensibles de Hacienda para proteger a los amigos y jorobar a los adversarios. Ahí se coció el alucinante argumentario según el cual las donaciones al PP han de tener la misma categoría fiscal que las recibidas por Cáritas. El escándalo se cuece en lo más selecto y hondo de las cocinas del Estado. ¡Hacienda, nada menos! Pero sigue sin pasar nada.