Hay un libro, lo tengo ahora ante mis ojos, no demasiado conocido ni demasiado simpático, pero del que puede aprenderse mucho sobre la condición del hombre y de la política. Se titula Las ideas tienen consecuencias. ¡Qué menos!, ¿no? Sin embargo descubro últimamente con gran facilidad que también la falta absoluta de ideas tiene consecuencias, y no menores a juzgar por algunas situaciones de nuestro país. Bien, ello nos coloca en la tesitura de que todo comporta resultados y acarrea efectos. Nada es indistinto, nadie indiferente. Tal vez esa especie de realidad absoluta en la que todo importa, mezclada con el pudor que nos procura la mentira hace que cada vez nos acostumbremos más a flirtear con las verdades. En este caso el uso del plural cambia por completo el significado del sustantivo. La verdad en singular es, en realidad, mayúscula y demasiado grande para este artículo. Nos quedaremos en el más modesto campo de las verdades. Creo que en el ámbito de la política ya sería todo un lujo disponer de dicha proporción: que la mitad de lo que oímos fuera verdad casi sería de agradecer pues, a fuerza de acumular tantas falsedades y mentiras, el que la mitad de lo dicho no lo fuera podría considerarse todo un triunfo. Con todo no radica ahí lo más difícil de comprender, no para mí al menos. La cosa es que de un tiempo para acá me resulta casi imposible saber cuál es el mensaje que tratan de trasladarnos los políticos. Por ejemplo, cuando apelan a la responsabilidad, ¿a qué se refieren exactamente? y cuando mencionan la generosidad, ¿de qué hablan? Eso aún lo entiendo menos. Quien pretende tener un gobernante generoso, ¿a qué aspira exactamente?, ¿a que dedique más fondos públicos a lo público?, ¿o a que acceda a ceder en aquellos asuntos respecto a los que aseguró que nunca cedería, y no por bien propio o de su partido sino por el del país?, ¿hemos cambiado de país?, ¿o acaso de bienes? ¡Ay qué complicado es esto de entender a quien no le interesa ser entendido!

Hay una frase bastante castiza, aunque no demasiado lírica, que expresa acertadamente una idea que ronda por mi cabeza y creo que también muchas otras: "que no nos hagan comulgar con ruedas de molino". Sumidos en una especie de obstinación del engranaje pretenden hacernos creer que todo eso que hacen y dicen que hacen es por nosotros, pero ¿por qué nosotros?, ¿por quiénes de nosotros? No sé, creo que hablan demasiado y demasiado a la ligera, supongo que por exigencias del guión del espectáculo al que han decidido sumarse. Tengo para mí que hay palabras-bastón, aquellas en las que precisas apoyarte o, dado el caso, te auxilian ellas a ti; palabras-paraguas que nos ponen al resguardo cuando hace falta, proporcionándonos cobijo; palabras-luz cuya misión no es otra que la de iluminar el camino cuando se oscurece y también palabras-prisión donde encajarían muchos de los conceptos de la política y su teoría que nos atan más allá de negro de su tinta. De todos esos grupos de palabras, y otros que también imagino y de los que tal vez otro día les escriba, nuestros políticos parecen haber optado finalmente por el menos interesante: el de las palabras-muletilla donde algunos tópicos hueros se repiten hasta la saciedad ocupando el lugar vetado a la verdad.

Profesora de Universidad