El anuncio por parte de Podemos de que interpondrá una moción de censura contra el presidente del Gobierno ha animado la vegetativa vida política española, cuyo encefalograma plano sólo se altera con los picos de la corrupción.

Como herramienta parlamentaria que es, la moción de censura, apenas utilizada en el marco del Congreso de los Diputados, debería contemplarse con mayor naturalidad. No se trata de una amenaza, de una bomba nuclear, sino de un recurso más que el poder legislativo pone a disposición de los representantes públicos para corregir, enmendar o advertir sobre determinadas prácticas y errores.

Y, sin embargo, al esgrimirla Pablo Iglesias, que se ha convertido un poco en el coco de la derecha y del centro izquierda, y habiéndolo hecho, ha dicho, por imperativo ético (con resonancias kantianas), por entender que el país se encuentra en alarma social y que el presidente del ejecutivo, Mariano Rajoy, no está combatiendo debidamente la lacra de la corrupción ha merecido airadas réplicas por la mayoría de los partidos. Que si dicha moción es inoportuna, oportunista y mediática, que si en mentando la bicha de la corrupción Podemos sale en tromba al ser su única bandera... Quienes así se expresan -PP, PSOE y Ciudadanos-, tienen sobrados motivos para oponerse y votar no a esa moción, sosteniendo al actual gobierno y a su statu quo. Pero Podemos, aún perdiendo con seguridad en el Parlamento, y dando por hecho que no tumbará al PP ni a Rajoy, seguirá ganando visibilidad y acaso contribuya a sanear la actual y corrupta derecha. Con eso y un bizcocho, un cuatro al PP y otro al PSOE, que suman ocho, irá tirando hasta que las próximas elecciones asomen en el horizonte.

Falta mucho, desde luego, y eso es lo que está salvando a Rajoy: el tiempo. También su estrategia, hay que reconocerlo, basada en la ralentización del ritmo político y en la descarga de toda emoción en el fardo de la gestión económica, que le permite hablar de recuperación y creación de empleo.

Iglesias y los suyos forzarán el debate y seguirán tratando de monopolizar una crítica que les está haciendo crecer por encima de sus programas o gestiones. Moción, agitación... Golpeando desde fuera el muro del sistema, que los contempla con recelo y distancia, pero no por ello sin dejar de invitarles a pasar a la cocina.