Cada mañana, mientras tomas el café en el bar de abajo antes de poner tu body a trabajar, aparece fiel a una rigurosísima cronometría, el gandul de turno.

El Satanás, casi siempre a medio afeitar, desparramadas sus carnes por los costados de una raída camiseta Ferrys, teniendo el bidón de mucosidades pulmonares a rebosar, inicia el sincopado sorbimiento de sus plastas verdes.

Ese efecto sifón arranca de sus entrañas más profundas y a golpe de aspiración los gorgojos que luego autotraga complacido en medio de un sonoro retumbe nasal que hace temblar la estructura del inmueble.

Las toses --si estás a menos de metro y medio de distancia-- espolvorean el entorno sin excepción en un área considerable por lo que tienes que buscar un parapeto que te cobije de semejante agresión bacteriológica.

Tal hideputa, suele tener además voz propia. Opina de deportes y de política, de camiones y de la Bolsa, de carreras de caballos y de tecnología punta- iniciando su perorata, casi siempre, con la misma martingala: "tsss, lo que te diga yo ¿eh?-"

He decidido que, a partir de ahora, ya no voy a entrar en ningún bar que no tenga burladeros. De algún modo he de protegerme de tanto cabrón.