Cuando en el 2010 se paralizaron las obras de la A-23 entre Nueno y Sabiñánigo, se advirtió el riesgo de demorar una intervención así en una vía de montaña. El tiempo, inexorablemente, ha consumado el aviso. Aunque las obras se retomaron, la falta de empuje con esta autovía pasa factura. Los desvíos provisionales obligan a grandes movimientos de tierra y, lo que es peor, se perpetúan las obras. Los presupuestos del Estado apenas cambian el ritmo, y no hay cuórum para ser aprobados. Urge acabar cuanto antes el paso de Monrepós; de lo contrario los problemas se reproducirán.