La muerte de Luis de Marcos, el enfermo de esclerosis múltiple que luchó denodadamente para que se legalizara la eutanasia en España y que defendió su derecho a morir dignamente, vuelve a poner sobre la mesa un asunto espinoso y de gran calado moral que ya se discutió, a través de la iniciativa fallida de Podemos, la despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido. Ciertamente existen en determinadas comunidades, el testamento vital permite la atenuación de la obstinación terapéutica para con pacientes terminales, más allá de los cuidados paliativos y de la sedación, pero la asunción responsable y consciente de una actitud proactiva para acabar con la vida es una asignatura pendiente que debe ser asumida por la Administración.

En una sociedad moderna, es un síntoma de civilización y respeto para con el ser humano que, además, en España cuenta con un amplio respaldo popular según las encuestas. Etimológicamente, eutanasia significa buena muerte.

Regulada de manera adecuada y con todas las prevenciones legales posibles, nos habla del apego a la vida plena, de la dignidad con que debería encararse un trance final para todas aquellas personas que simplemente, y en condiciones dolorosas e irreversibles, solo desean acabar con un sufrimiento inútil.

Es una apuesta que prácticamente debería carecer de riesgos, pero en Zaragoza algunas cosas no son tan fáciles. Desde luego, rehabilitar y relanzar el Mercado Central no lo será. De momento, la operación pilotada por el Ayuntamiento de Zaragoza no ha logrado colocar todos los puestos ofertados, ha visto cómo se reducía sensiblemente el número de detallistas y ahora habrá de pasar su examen más exigente: mantener el coste previsto y que las obras no se descontrolen.

En toda Europa, instalaciones como el Mercado Central zaragozano viven una segunda existencia transformados en espacios comerciales y gastronómicos populares pero de buena calidad. Las viejas lonjas de finales del siglo XIX y principio del XX, con su fusión de arquitectura mecánica y modernismo se han convertido en epicentros de una dinamización del comercio, la hostelería y la actividad social en general en sus áreas de influencia. No existe ningún motivo, sino todo lo contrario, para que no suceda lo mismo con el Mercado Central, aledaño a la Plaza del Pilar, incrustado en el Casco Antiguo y conectado al resto de la ciudad mediante el tranvía y varias líneas de autobús.

La rehabilitación del viejo pero hermoso mercado está a punto de comenzar. Y aunque estemos hablando de la imprevisble Zaragoza, cabe hacer votos por el éxito de la operación.