La obra pictórica de Edvard Munch sigue imponiéndonos desde sus preguntas sin respuestas sobre la condición humana. Un existencialismo rayano en el nihilismo y en la desesperación que, sin embargo, nos seduce por su extraña y a veces enfermiza belleza.

El Museo Thyssen ha reunido una importante exposición de su obra, que se muestra en salas concebidas a modo de los arquetipos que nunca dejaron de acompañar al artista noruego: la melancolía, la muerte, el amor, el desnudo, la soledad, los celos...

Facetas hondamente enraizadas en la condición humana sobre las que Munch meditó a lo largo de toda su vida, tanto con el pincel en la mano como con una pluma que también manejó notablemente, no en vano fue gran admirador, entre otros escritores, de Ibsen y de Strindberg, con quien formó una famosa tertulia en el Cerdito negro de Berlín, a la que también asistían intelectuales como Meier--Graefe o Przybiszewski.

En el Thyssen se pueden admirar obras maestras como La muerte de Marat, Madonna, Sorpresa, Mujer llorando, Representación de un Yggdrasil y otros muchos cuadros en los que el estilo de Munch saluda con proximidad a Kirchner, Schiele y otros autores que practicaron el expresionismo.

Los arquetipos, fundamentales en la obra de Munch, fueron particularmente estudiados por Carl Gustav Jung, quien se esforzaría por dar un paso más allá que su maestro Freud en la definición de su concepto psíquico. Partiendo de la base de sus primeras apelaciones en las obras de Filón de Alejandría, Ireneo y Dionisio el Aeropagita, los arquetipos se yergen como columnas de humo sobre el fuego del inconsciente, realidades psíquicas presentidas pero no formuladas que, a medida que el ser humano desarrolla sus mitos y leyendas van emergiendo y asociándose a determinadas figuras. Ese huerto espiritual en el que se alimenta nuestra capacidad de creación inquieta desde un principio por la rareza de sus plantas, y porque su fuerza nutricia no siempre satisface nuestro instinto animal.

Munch, como Jung, pasó muchas horas escudriñando el interior de nuestra alma, a fin de tratar de encontrar respuestas a los enigmas del mundo creado, material, infinito, y al inconsciente colectivo, seguramente también infinito, de los seres inteligentes.