La afición por medir y sopesar las cuestiones más sutiles incluye temas tan intangibles como la felicidad. Así, mientras una reciente encuesta subrayaba que los países escandinavos alcanzan en esta materia las máximas puntuaciones, no dejo de pensar que su alto nivel de educación y civismo tiene mucho que ver con tal resultado. Aún recuerdo que, además de sus elocuentes disculpas por la descortesía, en un restaurante de Copenhague se negaron a cobrarme el importe de una cena alegando el retraso del servicio; es este tan solo un detalle más de una ciudadanía cuyo comportamiento habitual no deja espacio para gritos estentóreos, bicicletas desenfrenadas, perros desmandados ni balones hostiles. Interesada por su ejemplar modelo de civismo, casi todas las respuestas que obtuve aludían a la educación como primera y primordial regla que ha de aprenderse en la infancia.

Por el contrario, parece como si algo más al sur, en el país de Gloria Fuertes, las cosas estuviesen al revés. Los perros, demasiadas veces descontrolados, disputan el espacio de niños y ancianos, en tanto que sus excrementos tapizan aceras y parterres y las mantas con las que se cubren son envidiadas por quienes poco tienen para enfrentarse al frío; ¡qué decir de otras manifestaciones cotidianas que tan mal nos dejan en comparación con las calles y jardines nórdicos!

Por fortuna, poco a poco, observo tímidos progresos que nos aproximan a lo habitual en Suecia y Dinamarca; de hecho, tal vez sea solo ya una minoría recalcitrante la que aún porfía por mantener tan insatisfactoria situación, en tanto que los más intentan tornar ese mundo del revés a su versión más civilizada merced al respeto y empatía hacia sus semejantes, especialmente cuando se trata de personas vulnerables. H *Escritora