Lsociedad civil es algo más que el grueso de la población o el termómetro que delata problemas y preocupaciones, sondeos de opinión mediante. Es o, mejor dicho, debería ser el verdadero motor y músculo de las democracias fuertes, con la capacidad no solo de sostener o deponer gobiernos, sino de vigilarlos y marcarles el camino. Su protagonismo tendría que ser constante, pero esto es solo la teoría. En la práctica, es tratada solo como un mero activo electoral que después torna en una carga para los partidos, que se ven obligados a sortearla o atravesarla de mejor o peor manera. El manido mensaje de que la prioridad son los ciudadanos ya no cuela. Un vistazo a los movimientos de las distintas formaciones políticas deja claro que todo es siempre susceptible de ser aplazado menos sus propias cuitas por el poder interno, una constante histórica que coge aún más peso cuando llega la hora de elegir secretario general.

La apariencia de democracia interna como plus de legitimidad ha llegado incluso al PP de Cifuentes, pero su plan de primarias ha sido zanjado por los suyos. Aquí la más lista de la clase sigue siendo Cospedal, que ha usado su acumulación de cargos para, mediante una escenificada petición de perdón a las víctimas del Yak-42, reafirmarse como mandamás en el PP, solo después de Rajoy, el nuevo chamán de la lluvia.

En el PSOE, el paso adelante de Patxi López no parece tanto una ventana que se abre como una puerta que se cierra a los críticos, máxime cuando ni él ni el gestor Javier Fernández descartan una hipotética bicefalia en el partido: el exlendakari secretario general y Susana Díaz candidata a la Moncloa (¡más madera!, que diría Groucho). Para colmo, el nuevo ideólogo socialista, Ignacio Urquizu, ha dicho que aún tienen que identificar cuáles son los principales retos del país antes de poner caras a su proyecto (ya saben, incluso un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cinco años!).

En paralelo, en Podemos, sobrados de ideas pero cada vez más lejos de la horizontalidad incluyente, siguen con el pulso Iglesias/Errejón sin saber cómo alcanzar acuerdos de mínimos para desalojar de la Moncloa a Rajoy y revertir sus medidas, su principal razón de ser. Y todo mientras en la España campeona de la corrupción se cronifica la desigualdad, según Oxfam, y se acentúa la brecha generacional. Es palpable: los políticos están a un lado y la sociedad al otro. Unos muros se levantan y otros no caen. H *Periodista