Recientes y extensos estudios siguen insistiendo en la importancia de la enseñanza musical en el desarrollo cognitivo y la mejoría de la capacidad intelectual. No es algo nuevo, pues viene de muy antiguo la constatación de estos beneficios, hasta el punto de que tiende a implantarse la formación musical como asignatura clave para la educación de niños y adolescentes, así como medida terapéutica muy efectiva en el tratamiento de algunos trastornos infantiles. De idéntica forma, teatro y artes visuales parecen también contribuir de forma decisiva a la ampliación de horizontes durante las primeras etapas educativas, además de sentar la base para la creación de un público adulto amante de la cultura. Es de resaltar el éxito de iniciativas como Teatralia, en la Comunidad de Madrid, o el ya vasto periplo en Aragón de compañías como el Teatro Arbolé o los Titiriteros de Binéfar, lo que viene a demostrar que no se trata en absoluto de actividades aburridas y que entretenimiento y formación son no solo perfectamente compatibles sino también áreas complementarias.

En el campo de la música, sorprende el grado de precocidad que suele brindar auténticos genios a edades muy tempranas. Es notorio el caso de Mozart; asímismo, podríamos abundar en otras figuras, como la de Giuseppe Verdi o Beethoven, quienes demostraron bien pronto sus aptitudes musicales. Mucho más cercano, José Enrique Ayarra, jaqués de nacimiento y reconocidísimo organista, dio su primer concierto en Jaca a la edad de cinco años y terminó la carrera de piano a los once. Quien fuera celebérrimo organista de la Catedral de Sevilla recientemente desaparecido ha llegado a culminar una vasta y trascendente trayectoria, ofreciendo más de mil conciertos a través de todo el mundo. H *Escritora