Los romanos llamaron Hispania a la península Ibérica, que no era una denominación política, sino geográfica. Poblada por grupos humanos en diversos grados de organización social, algunos eran verdaderos Estados y otros se encontraban en fase tribal. Finalizada la conquista en tiempos de Augusto, hace dos mil años, toda Hispania se convirtió en parte del Imperio romano. En los mil años de la Edad Media nunca hubo unidad política, ni siquiera en el reino godo de Toledo, cuyos monarcas gustaban llamarse «rey de los visigodos» (visigothorum rex). La Península estaba dividida en varios reinos y Estados, y cuando hacían referencia a Hispania, Hispaniae (en plural) o Spania, lo hacían según la tradicional denominación romana.

En 1474 los Reyes Católicos, un aragonés y una castellana, llevaron a cabo una unión dinástica, que no política ni económica ni legislativa, porque hasta comienzos del siglo XVIII cada uno de los viejos reinos medievales siguió manteniendo sus leyes, sus instituciones privativas, su moneda, sus fronteras y su derecho.

La victoria de la dinastía de Borbón sobre la de Austria en la guerra de Sucesión (1700-1714), supuso la imposición de las leyes de Castilla sobre las de la Corona de Aragón, donde sólo se mantuvieron algunas peculiaridades del derecho privado.

En el siglo XIX la historiografía romántica y nacionalista pancastellanista se inventó una nación española con los visigodos, la Reconquista como guerra secular entre moros y cristianos y la unidad nacional con los Reyes Católicos.

El concepto de España, una nación construida a la fuerza (como casi todas) en el siglo XVIII, comenzó a ser manipulado por unos y otros según intereses políticos presentistas. Así unos hablaron y siguen hablando de «nación española», aplicando esta definición moderna a tiempos remotos, como si ya existiera en la época de Adán y Eva, y otros de «nación de naciones», aplicando la misma terminología manipulada y la misma falsedad a su ámbito territorial (Cataluña, País Vasco, Aragón o Galicia).

Y ahí siguen, dándole vueltas a una historia imaginaria. Porque, en el fondo de la cuestión, ese que a nadie interesa sondear, radica la esencia del predominio político y del privilegio económico de las élites, las que siempre han procurado crear fronteras, alterar realidades y manejar sentimientos.

España tiene una historia convulsa de la que debería aprenderse, y mucho, pero me temo que a la casta política sólo le importa manipularla y falsificarla para mantener sus prebendas.

*Escritor e historiador