Lo siento en el alma, pero el carbón no tiene ningún futuro. En buena hora, porque se trata de un combustible contaminante, causa directa del efecto invernadero. Por otro lado, nadie puede desentenderse del drama de las cuencas aragonesas ni de esos mineros que un día llegaron andando a Zaragoza a pelear, ¡Santa Bárbara bendita!, por una causa perdida. Tampoco es posible ignorar que los lignitos turolenses estaban condenados desde hace tiempo. El cierre de la térmica de Andorra no nos puede coger por sorpresa.

Me he cansado de decir que el Aragón institucional, pero también el Aragón ciudadano, tiene la perjudicial costumbre de apostar por las bazas más inconsistentes, convirtiendo los imposibles en una aspiración vital. Mientras, despilfarra en absurdos y mamoneos un dinero que sería necesario para planificar el futuro jugando con un mínimo sentido de la realidad.

En el 93, con las primeras prejubilaciones y los primeros chanchullos, la minería inició su repliegue en nuestras cuencas. Durante los veinticinco años siguientes, hasta hoy mismo, los planes de reindustrialización, el Fondo Especial de Teruel, los fondos Miner y sucesivas inversiones, avales y créditos de notable entidad debieran haberle dado al carbón algún tipo de alternativa. No ha sido así, y cuatro mil puestos de trabajo se derrumban en medio de grandes alardes de conmoción política y victimismo social. No existen registros del dinero malgastado, nunca hubo un seguimiento de su impacto a medio plazo, nadie sabe nada. A lo largo y ancho del Bajo Aragón turolense, las implantaciones industriales frustradas, los costosos e inútiles circuitos automovilísticos, las piscinas cubiertas, los desatinos y sólo de vez en cuando los aciertos ilustran sobre lo que pudo ser y no fue, sobre cómo los millones (y no pocos) acabaron sufragando redes clientelares o pagando proyectos desatinados. Así que ahora convendría dejarse de llorar y de lamentar los engaños del ministro Soria. A la postre, presidente Lambán, ¿que otra cosa hacía aquel tipo sino mentir?