No es bueno, porque lo mejor siempre es que todo ruede a velocidad de crucero desde el primer día, sin dudas sobre la aptitud de la plantilla, pero a la vez es bueno que Natxo González, novato en esta plaza, sepa desde el principio dónde está, cuál es la idiosincrasia del lugar y cómo son aquí las cosas. El Real Zaragoza 2017-2018 lleva en la mochila solamente una pretemporada, con sus correspondientes bolos, malos la mayoría, y un partido de Liga, malo también. A 24 de agosto, en torno al equipo aragonés sobrevuelan decenas de sospechas, de conjeturas, de recelos, de suspicacias, todas nacidas de las primeras evaluaciones de los fichajes, de su rendimiento hasta la fecha y de las inevitables proyecciones de futuro, elevadas a categoría de sentencia firme a nueve meses para que termine el campeonato. Y solo faltó el grotesco empate en Morata.

El Real Zaragoza contemporáneo es así. Todo es excesivo, desmesurado. Esa ansiedad que rodea diariamente al equipo y al club, secuela directa de la impaciencia y la permanente excitación que generan los cinco años consecutivos en Segunda, forma ya parte de la vida de la institución. Estamos ante un elemento más para gobernar. La principal tarea de Natxo González no es esa. Es construir un bloque fiable, objetivo que todavía no ha conseguido. Un equipo que gane a rivales de Preferente. Y de Segunda. Pero de cómo gestione toda esa ansiedad, de cómo los futbolistas la asimilen, también dependerá el destino del proyecto.