De Natxo González ha dudado en el Real Zaragoza casi hasta el apuntador, aunque nunca en público porque para eso es una Sociedad Anónima bien dirigida. En este proceso, que felizmente ha llevado a la resurrección a lo grande del equipo en una segunda vuelta hasta el momento maravillosa, ha habido situaciones de dificultad en la convivencia con el vestuario y una desconfianza que iba creciendo en el club conforme los resultados negativos se sucedían. A la vuelta de las vacaciones de Navidad, el vitoriano llegó a jugarse el puesto. «Estuve medio cadáver», ironizó con buen humor el propio entrenador hace poco sobre su estado de satisfacción actual.

En toda esa sucesión de acontecimientos, que hoy parecen de otra temporada pero que corresponden a la actual, Lalo Arantegui se mantuvo firme en su apuesta por el hombre en el que depositó toda su confianza y, por tanto, su credibilidad. Aunque el director deportivo también pertenece a la especie humana y su paciencia es finita, y un par de malos resultados más la hubieran dejado agotada, esa firmeza ha sido la principal causa de que todo quedara como estaba. Y, claro, las malas experiencias pasadas con las idas y venidas.

Ahora se aprecia con nitidez que la paciencia fue amarga, pero sus frutos están empezando a ser dulces. En este tiempo nadie ha tenido en el Zaragoza la certeza de que esto fuese a llegar al punto en el que ahora mismo se encuentra, acaso el propio entrenador, el más aventurado y valiente cuando su puesto de trabajo pendía de un hilo finísimo. La cuestión es que ha sucedido y que Natxo ha demostrado una fortaleza importante para resistir, sobreponerse y convencer. Personalidad decisiva en una plaza de primera, como en la que torea.