Sonriente, jovial, en apariencia animado, ameno y sereno en sus respuestas a pesar del resfriado que se agarró por la chupa, como la llamó él mismo, del día del Barcelona B, Natxo González ofreció ayer una rueda de prensa muy diferente a las últimas, en las que había mostrado un perfil más áspero, huidizo y bronco, con juicios un tanto sui generis e insólitos, señal inequívoca de extravío y nerviosismo cuando hablamos de un entrenador. En la previa del decisivo encuentro de hoy contra el Tenerife, el técnico del Real Zaragoza ya no solo estuvo más receptivo y alegre, que es lo de menos pero nunca está de más, sino transparente.

Llamó a las cosas por su nombre. Dijo que el objetivo inicial del club era el ascenso, si podía ser esta temporada, que no lo descartó en la declaración más chirriante, y si no la siguiente. Que su proyecto a dos años iba a una velocidad más lenta de la esperada, reclamó más paciencia y perseverar en el trabajo sobre esta base de futbolistas. De la segunda vuelta vaticinó que será mucho mejor en puntuación que la primera, a la que dio un «suficiente» insuficiente. Un conglomerado de buenas intenciones bien argumentadas pero totalmente cuestionadas por la situación real: 5 victorias en 21 partidos y la zona de descenso en el cogote.

Natxo González ha perdido mucha credibilidad en este tiempo. A sus buenas intenciones, e incluso a él mismo, se las llevará el viento si no las acompaña con hechos. Y los hechos en el fútbol son las victorias.