En nuestra inocencia, los europeos de buena fe pensábamos que la cruda imagen de decenas y más decenas de féretros perfectamente alineados en un hangar de la isla de Lampedusa tocaría las conciencias de nuestros gobernantes. Han pasado casi dos años de aquel naufragio. Desde entonces decenas de personas han encontrado la muerte en el Mediterráneo y muchos miles de refugiados de varias guerras siguen intentando llegar a Europa. La ausencia de una verdadera política europea común de migración está permitiendo que muchos estados adopten medidas hacia los refugiados que intentan cruzar sus fronteras que son contrarias a los valores propios de la UE y al principio de humanidad que debe regir en casos de crisis como la que nos ocupa.

¿Será una nueva y tremenda imagen, la del pequeño Aylan muerto en una playa turca, el revulsivo necesario para encarar de una vez desde la humanidad y la solidaridad el drama de los refugiados que se agolpan en las fronteras europeas? Debería serlo. Sin embargo, ningún gobierno está a la altura de las circunstancias, con una única excepción, el de Angela Merkel, que también en esta cuestión demuestra liderar Europa.

TENSIONES

La falta de respuesta adecuada y decente desde las instituciones europeas (no las minicuotas decididas la pasada primavera) pone de manifiesto el cambio que se está registrando en Europa. Si antes las tensiones en la UE giraban en torno al eje izquierda-derecha o sobre más o menos integración, hoy hay un nuevo eje, el que forman las elites de una parte y la ciudadanía de otra. Ante la inoperancia de Bruselas en la actual crisis, es la sociedad civil, la ciudadanía, los entes locales, los que se movilizan por delante de las instituciones y gobiernos ofreciendo ayuda en forma de comida, mantas, creando redes de acogida y refugio o rescatando a más de mil personas en el Mediterráneo en un solo día como ha hecho la oenegé Médicos sin Fronteras. En esta crisis, las elites políticas --tanto Bruselas como los gobiernos de los estados miembros-- demuestran estar muy lejos del sentir de los ciudadanos a los que se supone deben representar. Las tensiones que genera este nuevo eje son una pésima noticia para Europa. De seguir así, el proyecto europeo habrá naufragado en una crisis para cuya solución ha demostrado hasta ahora estar incapacitada.